Mi niño interior
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Levy propone un interesante método clínico para resolver el sentimiento de culpa: la
persona es invitada a entablar un diálogo entre el culpador y el culpado, expresando
alternativamente las voces de ambos personajes, lo que permite comprender el origen del
sentimiento y la forma particular en que esta reaccionó, a fin de aliviarlo.
Cuando decimos: “Fulano hace que me sienta culpable”, en el fondo estamos diciendo:
“Fulano me acusa de lo mismo que me acusa mi culpador interior”.
Los sentimientos no resueltos en la infancia de enojo, rabia, vergüenza y culpa, limitan
nuestra creatividad, nuestra capacidad de amar y crecer. Se convierten en las heridas que
arrastra nuestro niño. Nos percibimos entonces como nos percibían nuestros padres,
viéndonos con la mirada de los otros.
Ese niño herido se mantiene dentro de nosotros e influye sobre nuestro comportamiento
adulto. Reconocer las heridas nos permite ver sus efectos en el presente.
De niños teníamos prohibido manifestar nuestros sentimientos cuando no correspondían
a las expectativas de nuestros mayores. En este proceso se nos despojó de lo que Virginia
Satir llama las cinco libertades básicas:
“La libertad de ver y escuchar lo que está aquí, en lugar de lo que debería ser,
fue o será”.
“La libertad de decir lo que uno siente o piensa, en lugar de lo que debería
sentir y pensar”.
“La libertad de sentir lo que uno siente, en lugar de lo que uno debería
sentir”.
“La libertad de pedir lo que uno quiere, en lugar de pedir permiso para
hacerlo”.
“La libertad de correr riesgos por cuenta propia, en lugar de elegir sólo lo que
es seguro”.
No perdimos estas libertades porque sí: el proceso de socialización y las expectativas de
nuestros padres y maestros nos exigían ceder, aceptar lo que se nos impuso. Al mismo
tiempo, muchos de los mensajes que se nos dieron eran contradictorios: unos se oponían
a otros. Como resultado, de niños nos replegamos, sintiéndonos malos, tontos e
incapaces.
Somos distintos: pensamos, sentimos, queremos cosas diferentes. Pero cuando
desobedecemos nos avergonzamos por no responder al ideal de nuestros padres, por
defraudarlos.
“Vergüenza debería darte” es una maldición que nos arrojan y que hemos aprendido a
echarnos encima. “Lo que hiciste no está bien”. La vergüenza emerge cuando hacemos
algo que decepciona a los que amamos. Incluso, en otras ocasiones, nos avergonzamos
por lo que otros nos hicieron, como a menudo ocurre con las víctimas de abuso. Este
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