Mi niño interior
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pude hacerle frente a nada. Hoy estudio, es cierto, pero lo hago por inercia. No sé lo
que realmente me gusta. Espero que las personas que me rodean me den lo que no tuve,
pero siento que en vez de eso me dejan sola, no me valoran. No tengo amigos, no tengo
confianza en nadie. ¡Necesito tanto de los demás y al mismo tiempo les tengo miedo!
Necesito que me abracen, que me digan que me quieren, que se interesen por mis
cosas.”
Estas conductas de demanda, esta necesidad de llenar todas estas carencias esperando
del otro la solución, hace que la persona con la que nos vinculamos se sienta asfixiada
ante tanta exigencia. Esta situación se da no sólo con nuestra pareja, sino que se traslada
a nuestros amigos y a todos los que nos rodean.
El autor Alejandro Jodorowsky retrata con claridad la violencia emocional a la que se vio
sometido por su familia, en su libro “La danza de la realidad”: “...la mirada paterna me
había sumergido en el corsé de la debilidad... en mi alma había prohibiciones de ser
yo mismo, exigiendo que conservara el condicionamiento, obligándome a vivir según
las normas recibidas a través de una anquilosada tradición. “No debes comer puerco,
no debes casarte con una católica, el matrimonio es para toda la vida, el dinero se
gana sufriendo, si no eres perfecto no vales nada, debes ser y hacer como todo el
mundo, si no obtienes diplomas fracasarás en la vida...”. Al menor intento de
transgredir esas ideas locas aparecían los guardianes familiares blandiendo espadas
castradoras. “¿Cómo te atreves? ¿Por quién te tomas? ¿Quién eres tú para cambiar
las reglas? ¡Si así lo haces, te morirás de hambre! ¡Nos avergonzaremos de ti! ¡Vas a
perder nuestro cariño!” Me sentí como un perro lleno de pulgas. Me di cuenta de que
en todos los planos mis padres habían abusado de mí. En el plano intelectual, con
sus palabras mordaces, agresivas, sarcásticas, me cortaron los caminos que
conducían al infinito, haciéndose pasar por clarividentes y omnipotentes,
obligándome a ver el mundo a través de sus lentes de color. Abusaron de mí
emocionalmente, me hicieron sentir con toda crueldad que preferían a mi hermana...
Comerciaron con mi cariño: “Para que te amemos tienes que hacer esto o lo otro,
tienes que ser así o asá, tienes que comprar ese afecto que te damos a un alto precio”.
Abusaron de mí sexualmente, mi madre porque cubrió con un espeso velo de
vergüenza todas las manifestaciones de la pasión, haciéndose pasar por santa. Y
luego mi padre, seduciendo a sus clientas, delante de mí, mediante insinuaciones
procaces, disfrazadas de chiste. Abusaron de mí materialmente: no recuerdo que mi
madre me cocinara un plato, siempre lo hizo la empleada. No recuerdo que me
acariciaran, no recuerdo que me sacaran a pasear, no recuerdo que me celebraran
un cumpleaños, no recuerdo que me regalaran un juguete, no recuerdo que me
dieran un cuarto agradable ...
Y AHORA ESE NIÑO ABUSADO ME ABUSABA A MÍ, TRATANDO A CADA
INSTANTE DE REPRODUCIR AQUELLO QUE LO HABÍA TRAUMADO. Si se
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