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Mi niño interior

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Las ilusiones del comienzo, contrapuestas a las desilusiones posteriores, hacen que

muchos elijan el doloroso pero a menudo inevitable camino del divorcio.

A la decisión de separarse se llega luego de un proceso paulatino de deterioro de la

relación. Las razones que en primera instancia desencadenan el rompimiento del vínculo

pueden ser la infidelidad, la violencia física, el maltrato, la agresión psicológica, los

problemas económicos, el alcoholismo, los desacuerdos reiterados, la insatisfacción

sexual, la enfermedad, problemas con los hijos, el síndrome del nido vacío. Sin embargo,

estos no son más que síntomas o consecuencias de problemas más profundos, cuyo

verdadero origen es necesario comprender.

Como pudimos observar, algunas parejas deciden tolerar el malestar durante años,

callando y ocultando el problema; otros establecen pactos de pareja y continúan

conviviendo bajo un mismo techo, pero durmiendo en dormitorios separados, o incluso

compartiendo el lecho, pero cada cual en su espacio, imponiendo una distancia en el sitio

más representativo de la intimidad, juntos pero separados, confiando en que las cosas

algún día mejorarán; otros toman la decisión de divorciarse luego de una larga y penosa

meditación; otros, en un acto impulsivo, sin detenerse a sopesar las consecuencias.

Las separaciones son complicadas. Como en una quemadura de tercer grado, cada capa

de piel dañada equivale a una etapa que hay que atravesar, cerrar y cicatrizar. La capa

más sensible y expuesta es la del momento de la ruptura. A pesar del proceso de

alejamiento paulatino que conduce a la separación, el momento de la decisión sumerge a

ambos a un gran shock emocional. Es un momento difícil en el que se viven fuertes y

dolorosas sensaciones de vacío y pérdida. No importa quién se va o quién se queda, para

los dos representa un instante en el que el mundo parece detenerse.

Con el divorcio se produce el quiebre de la estructura familiar conocida, se altera la

cotidianidad y el cónyuge recién separado ingresa en un mundo desconocido.

En los talleres de sanación del niño interior, los comentarios de los participantes muestran

lo difícil y penoso de este proceso: “Uno se separa como puede, no como quiere.” “Es

muy doloroso, después de 20 años de convivencia.” Debemos preguntarnos: ¿existe

acaso otra forma de separación?

Nos casamos con aquel que creíamos era el otro y finalmente nos separamos de aquel

que el otro en realidad es. ¿Y quién soy yo ahora?

Nora nos describe la pena y confusión que le produjo su rompimiento: “Cuando llegó la

separación concreta, fue como partirme en dos. Una terrible sensación de desgarro.

De golpe sentí que no pertenecía a ninguna parte.”

Hacer las valijas, dejar la casa donde se compartieron tantas vivencias, hablar con los

hijos, anunciar a familiares y amigos la decisión tomada, hace que el dolor se reviva a

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