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Mi niño interior

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no somos capaces de reconstruir el amor perdido y el respeto mutuo, parecen quedar tan

sólo dos finales posibles: uno, asumir definitivamente el rol de víctima, como quienes

dan, entre tantas otras, las siguientes justificaciones:

“Me quedo por los hijos.”

“No tengo alternativa, no tengo cómo mantenerme sola.”

“Tengo que aguantar: separarme es mi quiebra económica.”

El otro final es la separación, el divorcio.

Cuan do, por otra par te, la pareja permanece unida únicamente por tener compañía, por

temor a la soledad, con el tiempo surgen un sinfín de problemas, quejas e

insatisfacciones.

Por lo general, en lugar de atacar el problema central, las personas buscan soluciones en

áreas que no tienen ninguna relación con aquel. No van al corazón de las dificultades

para resolverlas directamente, sino que desahogan su frustración enfrascándose en

discusiones basadas en malentendidos. Creemos hablar de lo mismo y en definitiva

hablamos de cosas diametralmente diferentes. Discutimos de manera apasionada con la

creencia de que nos estamos comunicando íntimamente con el otro, pero en realidad es

un diálogo de sordos en el que cada uno habla consigo mismo.

¿Y qué nos impide diagnosticar cuál es el verdadero problema de nuestra relación y

liberarla de tan pesado fardo? El miedo al dolor, ese dolor que implica la introspección

necesaria para aceptar que estamos mal, independientemente del otro, y que cuando

estamos mal no respetamos al otro sino que lo tomamos como una prolongación de

nosotros mismos. Entonces lo hacemos partícipe y responsable de nuestro malestar.

Cuando no respetamos al otro tampoco podemos intimar con él. Para ello son

imprescindibles la confianza mutua, la afinidad, la comunicación, la tolerancia, un

proyecto vital compartido.

Nuevamente la repetición de conductas aprendidas en nuestra infancia atentan contra el

bienestar de la pareja: no expresamos lo que sentimos, no externamos lo que

necesitamos, pensando: “Mejor me callo, así no se enoja. ¿Pero cómo no se da cuenta

de lo que siento, de lo que necesito?”

Muchos, particularmente después de haber vivido un fracaso amoroso, tienen miedo de

quedar pegados al otro, de vivir para el otro, de ser tragados en el espacio del otro, de

que sus propios deseos desaparezcan sometidos a las exigencias del otro.

Estas fantasías son producto del desconocimiento propio y de una baja autoestima. Si no

queremos repetir nuestra tragedia anterior debemos tomar conciencia de nuestras heridas.

Comunicarnos con nuestro niño herido es el primer paso hacia el crecimiento, ya que

este diálogo nos permitirá entender nuestra conducta actual, explicará la razón de ser de

nuestras vivencias, y nos permitirá modificarlas.

Por otra parte, cuán difícil nos resulta aceptar que el otro tiene a su vez sus propios

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