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Mi niño interior

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comprensión les da la fuerza para poner límites, y sentir que se merecen otro destino.

Aceptan que siendo niñas no podían hacer otra cosa, pero hoy ya adultas pueden decir

basta, ya no quiero ni merezco esto para mí.

Como lo he señalado en capítulos anteriores, las situaciones irresueltas de la infancia, las

heridas de nuestra niñez, nos llevan a recrear en la relación de pareja las circunstancias

que tanto nos dañaran, e inconscientemente buscamos y encontramos personas que

actúan de forma similar a los personajes de nuestra historia infantil, ya sea por su

parecido o incluso por oposición. Como cuando alguien se casa con una pareja en

apariencia tierna y dulce, que compense los malos tratos recibidos del progenitor, y

termina revelándose como un ser cruel y agresivo.

Pero necesitamos dejar de ser víctimas. Descubrir la verdadera causa de nuestro

sufrimiento nos permitirá entender y superar la repetición de nuestros actos.

En el proceso de desgaste de la relación hay muchos factores que pueden actuar como

detonantes, como la gota de agua que desborda la copa: perder el trabajo, atravesar una

adversidad económica, enfermarnos, no ponernos de acuerdo sobre el momento ideal

para tener un hijo, enfrentar la muerte de un ser querido, sentirnos atraídos por otras

personas, vivir una aventura extramatrimonial, la partida de los hijos del hogar paterno, la

incomunicación que se evidencia aún más con su ausencia, el crecimiento dispar de los

miembros de la pareja y la incomprensión que genera.

Como en el caso de Johana, que nos dice: “Luego de 8 años de casada en los que me

dediqué por entero a la casa y la crianza de los hijos, empecé a estudiar. Mi marido no

lo soportó. Sus quejas me hicieron sentir remal, como si yo estuviera abandonando a

la familia.”

Zully, cuando soltera, trabajaba en una oficina. Cuando se casó, su marido no quiso que

continuara trabajando. Cuenta que entonces se dedicó con alma y vida al cuidado del

hogar y los hijos. Hoy día estos ya son grandes, se han ido, y sola entre la casa no

encuentra sentido a su vida. Su esposo no lo entiende, insiste en que el hogar es el sitio

de la mujer. Zully dice: “Aguanté muchos años, hoy ya no puedo.”

Sumidos en el conflicto y la dificultad, es imposible no preguntarse:

¿Es mi matrimonio lo que yo realmente necesito en este momento?

¿Por qué me siento tan alejado del otro, por qué ni me entiende ni lo entiendo?

Comienzan los desencuentros, la falta de coincidencias, la desaparición de los objetivos

compartidos, la pérdida de la comunicación. Y se evade el diálogo y el análisis, el

confrontar al otro, con actitudes infantiles: “No me va a entender. Si le digo lo que

pienso se va a enojar.” La competencia se acentúa y se genera una dinámica de ganar o

perder, en la que se asumen los roles de víctima y victimario.

La competencia es un gran enemigo de la pareja. Causa desgaste y agotamiento, y de una

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