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Una-tierra-prometida (1)

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Pero no fue así como lo recibió la prensa política ni el público. La

promoción implicó que tuviera que ir a la televisión y a la radio

prácticamente sin interrupción y que lo combinara además con mi visible

campaña electoral por las zonas rurales para apoyar a los candidatos al

Congreso. Mi aspecto se parecía cada vez más y más al de un candidato.

Durante un viaje en coche de Filadelfia a Washington, donde estaba

prevista mi aparición en Meet the Press a la mañana siguiente, Gibbs y Axe,

junto con el socio de este, David Plouffe, me preguntaron qué tenía previsto

decir cuando Tim Russert, el presentador, me acribillara a preguntas sobre

el tema.

—Va a poner el disco de siempre —explicó Axe—, ese en el que afirma

categóricamente que no se presentará a las presidenciales de 2008.

Estuve escuchando unos minutos en los que los tres debatieron sobre

varias fórmulas para evitar la pregunta y luego les interrumpí.

—¿Por qué nos les digo simplemente la verdad? ¿No puedo decir sin más

que hace dos años no tenía ninguna intención de presentarme, pero que las

circunstancias han cambiado mucho, que también lo han hecho mis ideas y

que ahora tengo previsto pensármelo seriamente después de que terminen

las elecciones de medio mandato?

Les gustó la idea y reconocieron que un buen termómetro de la rareza de

la política era lo novedoso que resultaba una respuesta tan franca. Gibbs me

recomendó también que pusiera a Michelle sobre aviso, porque una

sugerencia sobre la posibilidad de presentarme podía provocar que el

frenesí de los medios se intensificara.

Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Mi anuncio en Meet the Press

generó titulares en todas las noticias de la noche. En internet se impulsó la

petición «Llamamiento Obama» (Obama Draft), que reunió miles de firmas.

Algunos columnistas nacionales, también algunos conservadores, firmaron

editoriales en los que me pedían que me presentara y la revista Time publicó

un artículo en portada titulado «Por qué Obama podría ser el próximo

presidente».

Pero aparentemente no todo el mundo estaba tan seguro de mis

posibilidades. Gibbs me comentó que cuando se detuvo en un quiosco de

Michigan Avenue para comprar una copia de la revista Time , el quiosquero

indio echó un vistazo a mi fotografía y dio una respuesta de tres palabras:

«Ni de coña».

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