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Una-tierra-prometida (1)

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¿Acaso seguía intentando demostrar que era digno de amor a un padre

que me había abandonado, estar a la altura de las soñadoras expectativas de

una madre hacia su único hijo y resolver las dudas que aún me quedaban

por ser el fruto de una mezcla de razas? «Es como si tuvieras que llenar un

vacío», me había dicho Michelle una vez, al principio de nuestro

matrimonio, después de un periodo en que me había visto trabajar hasta

caer exhausto. «Por eso no puedes bajar el ritmo.»

Y era cierto, pensaba que había resuelto esos problemas hacía tiempo

reafirmándome en mi trabajo y buscando amor y seguridad en mi familia,

pero ahora me preguntaba si realmente era capaz de escapar de lo que fuera

aquello que tenía que sanar en mí, aquello que me llevaba siempre a buscar

algo más.

Tal vez sea imposible desentrañar las propias motivaciones. Recuerdo un

sermón de Martin Luther King titulado «El instinto del tambor mayor».

Habla de lo muy profundamente que todos queremos ser el primero, de lo

que deseamos que nos celebren por nuestra grandeza: todo queremos

«presidir la procesión». Continúa diciendo que los impulsos egoístas

pueden reconciliarse alineando esa búsqueda de grandeza con unos

propósitos menos egoístas. Uno puede luchar para ser el primero en el

servicio, el primero en el amor. Me parece una manera satisfactoria de

equilibrar el círculo, especialmente en lo que se refiere a los instintos más

bajos y a los más elevados. Solo que ahora me enfrentaba al hecho evidente

de que el sacrificio no sería solo mío. Sería necesario arrastrar a la familia,

habría que ponerla en la línea de fuego. Una causa como la Martin Luther

King y unos dones como los suyos tal vez habrían justificado un sacrificio

como ese, pero ¿y los míos?

No estaba seguro. Fuera cual fuera la naturaleza de mi fe, no podía

refugiarme en la idea de que Dios me llamaba a presentarme a las

elecciones. No podía fingir que respondía sin más a una llamada invisible

del universo. No podía afirmar que era indispensable para la causa de la

libertad y la justicia, o negar la responsabilidad de la carga que supondría

para mi familia.

Tal vez las circunstancias me habían abierto la puerta a la carrera

electoral, pero durante esos meses me había abstenido de cerrarla. Aún

podía cerrar la puerta con facilidad. Y no haberlo hecho, todo lo contrario,

haber permitido que la puerta se abriera todavía más, era todo lo que

Michelle necesitaba saber. Si uno de los requisitos para optar a ocupar el

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