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Una-tierra-prometida (1)

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—Alguien dijo aquello de que hay cien senadores que cuando se miran

en el espejo ven al presidente —Teddy se rio entre dientes—. Luego se

preguntan: «¿Tengo lo que hace falta?». Le pasó a Jack, a Bobby, y a mí

también, hace mucho. Las cosas no salieron como había planeado, pero

funcionaron a su manera, supongo...

Se perdió en sus pensamientos. Observándole me preguntaba cómo había

tomado la medida de su propia vida y la de sus hermanos, el terrible precio

que habían tenido que pagar todos ellos por seguir sus sueños. Pero de

pronto estaba de vuelta, con sus profundos ojos azules clavados en los míos,

de lleno en el asunto.

—No intervendré de inmediato —dijo Teddy—, tengo demasiados

amigos, pero puedo decirte una cosa, Barack: el poder de inspirar a la gente

no es algo frecuente. Y tampoco estos tiempos lo son. Tal vez pienses que

no estás preparado, que lo harás cuando llegue un momento más apropiado,

pero no eres tú el que elige el momento. Es el momento el que te elige a ti.

O bien aprovechas la que puede ser tu única oportunidad, o decides si estás

dispuesto a vivir el resto de tu vida con la conciencia de que ya ha pasado.

Era difícil que Michelle no supiera lo que estaba ocurriendo. Al principio se

limitó a ignorar el revuelo. Dejó de ver los debates políticos de la televisión

y desarmaba todas las preguntas entusiastas que nos hacían los amigos y

colegas sobre si tenía intención de presentarme. Cuando le comenté una

noche la conversación que había tenido con Harry ella se limitó a encogerse

de hombros y no insistí más.

A medida que pasaba el verano, sin embargo, aquel ruido empezó a

filtrarse entre las grietas y hendiduras de nuestra vida familiar. Nuestras

veladas y fines de semana tenían una apariencia normal siempre y cuando

Malia y Sasha estuviesen alrededor, pero cuando nos quedábamos solos

sentía la tensión entre Michelle y yo. Finalmente, una de aquellas noches,

cuando las niñas ya se habían ido a dormir, fui a la guarida donde ella

estaba viendo la televisión y quité el sonido.

—Sabes que yo no he planeado nada de todo esto —le dije sentándome a

su lado en el sofá.

Michelle seguía mirando la pantalla silenciosa.

—Lo sé —dijo.

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