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Una-tierra-prometida (1)

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—Dispara.

—¿Han cambiado tus planes para el 2008?

—No lo sé, ¿deberían?

Pete se encogió de hombros.

—Creo que el plan original de no ser el centro de atención y poner el

foco en Illinois tenía sentido, pero tu imagen está en alza. Si existe una

remota posibilidad de que lo consideres, me gustaría escribir un

memorándum en el que se subraye que tenemos que mantener abierta tu

opción. ¿Estás de acuerdo con eso?

Yo me eché hacia atrás en la silla y miré hacia el techo, consciente de las

repercusiones que podía tener mi respuesta.

—Tiene lógica —dije al fin.

—¿Sí entonces? —preguntó Pete.

—Sí —respondí, y seguí con mis asuntos.

«El maestro de los memorándums», así llamaban a Peter algunos

miembros del equipo. En sus manos algo simple como un memorándum

llegaba a la altura de una obra de arte tan eficaz como extrañamente

inspiradora. Unos días después hizo un plan revisado para lo que quedaba

de año para mi equipo sénior. Proponía una ampliación del calendario de

viajes para apoyar a más candidatos demócratas en las elecciones de medio

mandato, más encuentros con miembros influyentes del partido y

modernizar el discurso para hacerlo más impactante.

Durante los siguientes meses cumplí con el plan, me mostré frente a

públicos nuevos y expuse mis ideas, apoyé a los demócratas en los estados

y distritos en disputa y fui a lugares del país a los que no había viajado

antes. Desde la cena de gala Jefferson-Jackson en West Virginia hasta la

cena de gala Morrison Exon en Nebraska, no faltamos a ninguna, llenando

la casa hasta la bandera y concentrando a las tropas. No faltaba quien me

preguntaba si iba a presentar mi candidatura a la presidencia, pero yo seguía

mostrando reparos. «Ahora mismo estoy centrado en conseguir que Ben

Nelson vuelva al Senado, donde le necesitamos», respondía.

¿Engañaba a la gente? ¿Me engañaba a mí mismo? Es difícil de decir.

Supongo que me estaba poniendo a prueba, tanteando, tratando de

equilibrar lo que veía y sentía mientas viajaba por el país con la absurda

idea de lanzarme a una campaña nacional. Era consciente de que una

candidatura presidencial viable no era algo con lo que uno se tropieza sin

más. Si se hacía bien, implicaba un enorme esfuerzo estratégico que tenía

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