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Una-tierra-prometida (1)

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se quedó frente al complejo ahuyentando a vecinos curiosos mientras tenía

lugar la incursión. Habían trabajado todos juntos, impecable y

altruistamente, sin pensar en méritos, territorios o preferencias políticas,

para alcanzar un objetivo común.

Esos pensamientos desencadenaron otro: ¿aquella unidad de esfuerzos,

aquella idea de un propósito compartido, solo era posible cuando ese

propósito era matar a un terrorista? La pregunta me inquietaba. Pese al

orgullo y la satisfacción que sentía por el éxito de nuestra misión en

Abbottabad, lo cierto era que estaba más eufórico la noche que se aprobó el

proyecto de ley de atención sanitaria. Me imaginé cómo sería Estados

Unidos si pudiéramos unir al país para que nuestro Gobierno invirtiera el

mismo nivel de experiencia y determinación en educar a nuestros hijos o

dar cobijo a los indigentes que en atrapar a Bin Laden; cómo sería si

pudiésemos aplicar la misma persistencia y recursos a reducir la pobreza o

los gases de efecto invernadero o asegurarnos de que todas las familias

tuvieran acceso a guarderías decentes. Sabía que incluso mis asesores

tacharían esas ideas de utópicas. Y el hecho de que fuera cierto, el hecho de

que solo pudiéramos imaginarnos al país unido para impedir atentados y

derrotar a enemigos externos, me pareció un indicativo de lo lejos que se

hallaba aún mi presidencia de donde quería estar y de cuánto trabajo me

quedaba por hacer.

Aparqué esas cavilaciones el resto de la semana y me permití disfrutar

del momento. Bob Gates asistió a su última reunión del Gabinete y recibió

una sonora ovación; por un momento pareció verdaderamente conmovido.

Pasé tiempo con John Brennan, que de un modo u otro había participado en

la caza de Bin Laden durante casi quince años. Bill McRaven pasó por el

despacho Oval y, además de mi sentido agradecimiento por su

extraordinario liderazgo, le regalé una cinta métrica que había montado

sobre una placa. Y el 5 de mayo de 2011, cuatro días después de la

operación, viajé a Nueva York y comí con los bomberos de la 54.ª

compañía, escalera 4, 9.º batallón, que habían perdido a los quince

miembros que estaban de servicio la mañana de los atentados, y participé en

una ceremonia en la que se depositó una corona de flores en la Zona Cero.

Aquel día, algunos de los que habían acudido primero a las torres en llamas

formaban parte de la guardia de honor y tuve la posibilidad de reunirme con

las familias del 11-S que asistieron, incluida Payton Wall, a quien di un

fuerte abrazo. Luego me preguntó si podía organizarle un encuentro con

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