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Una-tierra-prometida (1)

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Me levanté y asentí. Denis me chocó el puño y estreché la mano a otros

miembros del equipo. Sin embargo, puesto que los helicópteros seguían en

el espacio aéreo paquistaní, todos guardaban silencio. Hasta

aproximadamente las seis de la tarde, cuando los helicópteros aterrizaron

sin percances en Jalalabad, no sentí que desaparecía parte de la tensión. En

una videoconferencia que mantuvimos poco después, McRaven explicó que

estaba observando el cuerpo mientras hablaba y que, en su opinión, se

trataba de Bin Laden. Al poco, el software de reconocimiento facial de la

CIA indicó lo mismo. Para terminar de corroborarlo, McRaven pidió a un

miembro de su equipo que se tumbara junto al cuerpo para comparar su

metro ochenta y ocho con el metro noventa y cinco que supuestamente

medía Bin Laden.

«¿En serio, Bill? —bromeé—. ¿Tanta planificación y no podíais llevar

una cinta métrica?»

Era el primer comentario divertido que hacía en todo el día, pero las risas

no duraron demasiado, ya que pronto empezaron a circular por la mesa

fotografías del cadáver de Bin Laden. Las miré un momento; era él. Pese a

las evidencias, Leon y McRaven dijeron que no podían estar completamente

seguros hasta que recibiéramos los resultados de ADN, que tardarían uno o

dos días. Comentamos la posibilidad de postergar el anuncio oficial, pero en

internet ya empezaban a hablar de un helicóptero que se había estrellado en

Abbottabad. Mike Mullen había llamado al general Ashfaq Parvez Kayani,

jefe del ejército de Pakistán, y, aunque la conversación fue educada, este

pidió que anunciáramos el ataque y su objetivo lo antes posible para ayudar

a su gente a gestionar la reacción de la ciudadanía paquistaní. Sabiendo que

no había manera de ocultar la noticia veinticuatro horas más, subí con Ben

para dictarle rápidamente mis ideas sobre lo que le diría a la nación aquella

misma noche.

Durante varias horas, el Ala Oeste fue un hervidero de actividad.

Mientras los diplomáticos empezaban a contactar con gobiernos extranjeros

y nuestro equipo de comunicaciones se preparaba para informar a la prensa,

yo telefoneé a George W. Bush y a Bill Clinton para darles la noticia, y

reconocí al primero que la misión era la culminación de un largo y duro

proceso iniciado durante su presidencia. Aunque al otro lado del Atlántico

era de madrugada, también contacté con David Cameron para reconocer el

apoyo incondicional que nos había prestado nuestro mayor aliado desde el

principio de la guerra en Afganistán. Imaginaba que la llamada más difícil

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