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Una-tierra-prometida (1)

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«Todo irá bien —dijo, como si estuviera hablando de un parachoques que

había impactado en un carrito en el centro comercial—. Es el mejor piloto

que tenemos y aterrizará sin contratiempos.»

Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Más tarde supe que el Black Hawk

se había visto atrapado en un remolino causado por unas temperaturas más

altas de lo esperado y que el aire de las aspas se había acumulado dentro de

los muros del complejo, lo cual obligó al piloto y los SEAL que iban a

bordo a improvisar el aterrizaje y la salida (de hecho, el piloto había

apoyado la cola del helicóptero encima del muro para evitar un choque más

peligroso). Pero lo único que veía en aquel momento eran figuras

granulosas situándose con rapidez en posición y entrando en la casa

principal. Durante veinte minutos agónicos, incluso McRaven tuvo una

panorámica limitada de lo que estaba pasando, o tal vez no quería desvelar

los detalles de la búsqueda que estaba realizando el equipo habitación por

habitación. Entonces, más repentinamente de lo que imaginaba, oímos las

voces de McRaven y Leon pronunciando casi al unísono las palabras que

todos esperábamos, la culminación de varios meses de planificación y de

años recabando datos.

«Gerónimo identificado [...] Gerónimo muerto en acción.»

Osama bin Laden, cuyo nombre en clave durante la operación era

«Gerónimo», el responsable del peor atentado terrorista de la historia de

Estados Unidos, el hombre que había orquestado el asesinato de miles de

personas y puesto en marcha un tumultuoso periodo de la historia mundial,

había sido ajusticiado por un equipo SEAL de la Marina estadounidense. En

la sala de reuniones se oyeron suspiros. Yo seguía mirando fijamente la

retransmisión en directo.

«Lo tenemos», dije en voz baja.

Nadie se movió de su asiento en otros veinte minutos mientras el equipo

SEAL terminaba su tarea: meter el cuerpo de Bin Laden en una bolsa, poner

a salvo a las tres mujeres y los nueve niños presentes en aquel momento e

interrogarlos en un rincón del complejo, recoger ordenadores, archivos y

otros materiales que pudieran contener información valiosa y colocar

explosivos en el Black Hawk dañado, que luego sería destruido y sustituido

por un Chinook de rescate que sobrevolaba la zona a escasa distancia de

allí. Cuando despegaron los helicópteros, Joe me puso una mano en el

hombro y me dio un apretón.

«Felicidades, jefe», dijo.

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