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Una-tierra-prometida (1)

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Lejos de verse condenado al ostracismo por las conspiraciones que había

difundido, era más relevante que nunca.

A la mañana siguiente me levanté antes de la habitual llamada de la

operadora de la Casa Blanca. Aquel día habíamos tomado la inusual medida

de cancelar las visitas públicas al Ala Oeste, ya que imaginamos que se

avecinaban reuniones importantes. Había decidido disputar una partida

rápida de nueve hoyos con Marvin, como solía hacer los domingos

tranquilos, en parte para evitar transmitir que había algo fuera de lo normal

y en parte para salir al exterior en lugar de sentarme a mirar el reloj en la

sala de los Tratados y esperar a que cayera la noche en Pakistán. Era un día

frío aunque sin viento y deambulé por el campo, donde perdí tres o cuatro

pelotas en el bosque. Al volver a la Casa Blanca contacté con Tom. Él y el

resto del equipo ya se encontraban en la sala de Crisis para asegurarse de

que estábamos preparados para responder a lo que sucediera. En lugar de

distraerlos con mi presencia, le pedí a Tom que me confirmara el despegue

de los helicópteros que transportaban al equipo SEAL. Me senté en el

despacho Oval e intenté leer algunos documentos, pero era incapaz, y mis

ojos se paseaban por las mismas frases una y otra vez. Finalmente hice

llamar a Reggie, Marvin y Pete Rouse, que en aquel momento ya sabían lo

que estaba a punto de acontecer, y los cuatro nos sentamos en el comedor

del despacho Oval a jugar a las cartas.

A las dos de la tarde, hora del Este, dos helicópteros Black Hawk

modificados para acciones furtivas despegaron del aeródromo de Jalalabad

con veintitrés miembros del equipo SEAL, además de un intérprete

estadounidense de origen paquistaní que trabajaba para la CIA y un perro

del ejército llamado Cairo. Fue el comienzo de lo que se conoció

oficialmente como operación Lanza de Neptuno, y el equipo tardaría

noventa minutos en llegar a Abbottabad. Salí del comedor y bajé a la sala

de Crisis, que a todos los efectos se había convertido en una sala de guerra.

Leon estaba hablando por videoconferencia con Langley para transmitir la

información de McRaven, que se encontraba en Jalalabad y mantenía

comunicación directa y permanente con sus SEAL. Como cabía esperar, el

ambiente era tenso, y Joe, Bill Daley y buena parte de mi equipo de

seguridad nacional (incluidos Tom, Hillary, Denis, Gates, Mullen y

Blinken) ya estaban sentados a la mesa de reuniones. Me informaron de los

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