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Una-tierra-prometida (1)

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Una característica del Senado que me espoleaba era la capacidad que me

daba de influir sobre la política exterior, algo que la Asamblea estatal no

permitía. Desde la universidad me habían interesado particularmente las

cuestiones nucleares, por lo que, antes incluso de que hubiese jurado mi

cargo, escribí a Dick Lugar, presidente de la Comisión de Relaciones

Internacionales, cuyo asunto señero era la no proliferación nuclear, para

hacerle saber que confiaba en poder trabajar con él.

La respuesta de Dick fue entusiasta. Era un republicano de Indiana que

llevaba veintiocho años en el Senado, firmemente conservador en

cuestiones nacionales como los impuestos y el aborto, pero en política

exterior reflejaba los impulsos prudentes e internacionalistas que durante

mucho tiempo habían guiado a los republicanos convencionales, como

George H. W. Bush. En 1991, poco después de la desintegración de la

Unión Soviética, Dick se había puesto de acuerdo con el demócrata Sam

Nunn para diseñar y aprobar leyes que permitiesen a Estados Unidos ayudar

a Rusia y a las antiguas repúblicas soviéticas a proteger y desactivar armas

de destrucción masiva. La ley Nunn-Lugar, como dio en conocerse,

demostró ser un logro audaz y duradero —a lo largo de las dos décadas

siguientes se desactivaron más de siete mil quinientas cabezas nucleares—,

y su implementación contribuyó a facilitar las relaciones entre agentes de

seguridad nacional estadounidenses y rusos, que resultaron fundamentales

para gestionar una transición peligrosa.

Ahora, en 2005, los informes de inteligencia indicaban que grupos

extremistas como Al Qaeda estaban rastreando puestos militares poco

vigilados en todos los países del antiguo bloque soviético en busca de

materiales nucleares, químicos y biológicos. Dick y yo empezamos a

discutir cómo desarrollar el marco Nunn-Lugar ya existente para reforzar la

protección contra tales amenazas. Y así fue como me vi, en agosto de ese

año, junto a Dick en un reactor militar para hacer una visita de una semana

de duración a Rusia, Ucrania y Azerbaiyán. Aunque la necesidad de

supervisar los avances en la Nunn-Lugar habían convertido esas visitas en

algo rutinario para Dick, este era mi primer viaje oficial al extranjero, y a lo

largo de los años había oído historias sobre los viajes a expensas del

Congreso, sobre los horarios cualquier cosa menos exigentes, las cenas

fastuosas y las salidas de compras. Si esa era la idea, alguien olvidó avisar a

Dick. A pesar de haber cumplido ya los setenta, llevaba un ritmo agotador.

Tras un día entero de reuniones con funcionarios rusos en Moscú, tomamos

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