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Una-tierra-prometida (1)

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estaba en orden y su equipo preparado, pero respondí que ese no era el

principal motivo de mi llamada.

—Transmita a todos los miembros del equipo lo mucho que los aprecio

—dije.

—Sí, señor.

—Bill —añadí, ya que en aquel momento no encontraba las palabras para

expresar lo que sentía—, lo digo en serio. Transmítaselo.

—Lo haré, señor presidente —respondió.

Aquella noche, Michelle y yo desfilamos hacia el Washington Hilton, nos

hicimos fotos con varios personajes VIP y pasamos un par de horas

sentados en un estrado charlando mientras invitados como Rupert Murdoch,

Sean Penn, John Boehner y Scarlett Johansson aderezaban sus

conversaciones con vino y unos bistecs demasiado hechos. Yo mantuve una

sonrisa amable en todo momento mientras mis pensamientos hacían

equilibrios sobre una cuerda floja a miles de kilómetros de distancia.

Llegado mi turno, me levanté y empecé mi discurso. Cuando iba más o

menos por la mitad, desvié mi atención hacia Donald Trump.

«Sé que últimamente ha recibido críticas —dije—, pero nadie se alegra

más, nadie se siente más orgulloso de dejar correr este asunto de la partida

de nacimiento que Donald. Y eso es porque finalmente puede concentrarse

de nuevo en los temas importantes. ¿La llegada a la luna fue una farsa?

¿Qué sucedió de veras en Roswell? ¿Y dónde están Biggie y Tupac?»

Mientras el público reía, seguí de esta guisa, mencionando sus

«credenciales y amplia experiencia» como presentador de Celebrity

Apprentice y felicitándolo por cómo había afrontado el hecho de que, «en el

restaurante, el equipo de cocineros no impresionó a los jueces de Omaha

Steaks [...]. Esa es la clase de decisiones que me quitarían el sueño. Bien

jugado, señor. Bien jugado».

La audiencia se puso a gritar mientras Trump permanecía en silencio y

esbozaba una sonrisa forzada. No podía ni imaginarme qué se le pasó por la

cabeza durante los pocos minutos que pasé burlándome de él en público. Lo

que sí sabía era que Trump era un espectáculo y, en el Estados Unidos de

2011, eso era una forma de poder. Traficaba con una divisa que, por

superficial que fuera, parecía afianzarse más cada día que pasaba. Los

mismos periodistas que se reían de mis bromas seguirían dedicándole

tiempo en antena; sus directores matarían por tenerlo sentado a su mesa.

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