Una-tierra-prometida (1)
presidente pronunciar el equivalente a un monólogo humorístico en el quedespellejaba a los rivales y bromeaba sobre las últimas noticias políticas deldía.En un momento en que personas de todo el país intentaban averiguarcómo encontrar trabajo, conservar su hogar o pagar sus facturas después deuna recesión, mi presencia en la gala, con su elitismo y su ostentación dealfombra roja, siempre me había resultado políticamente incómoda. Pero,como había asistido los dos últimos años, sabía que no podía cancelar en elúltimo momento porque despertaría suspicacias. Aunque sabía queMcRaven se uniría pronto al equipo SEAL en Jalalabad y probablementelanzaría la operación en cuestión de horas, tendría que hacer todo lo posiblepor aparentar normalidad en una sala de baile llena de periodistas. Porsuerte, aquella noche la principal distracción del país había sido invitada asentarse a la mesa de The Washington Post , y nos infundió una extrañatranquilidad saber que, cuando Donald Trump entrara en la sala, estabaprácticamente garantizado que los medios de comunicación no pensarían enAfganistán.En cierto modo, publicar la versión larga de mi partida de nacimiento yhaber reprendido a la prensa en la sala de conferencias de la Casa Blancahabía tenido el efecto deseado: Donald Trump había reconocido aregañadientes que ahora creía que yo había nacido en Hawái y seresponsabilizaba de haberme obligado, en nombre del puebloestadounidense, a certificar mi estatus. Con todo, la controversia sobre minacimiento seguía en la mente de todos, como quedó claro cuando me reunícon Jon Favreau y los escritores que habían preparado mi discurso, ningunode los cuales conocía la operación que estaba a punto de producirse. Habíanideado un monólogo ocurrente, aunque me detuve en una frase que semofaba de los birthers diciendo que Tim Pawlenty, exgobernadorrepublicano de Minnesota que estaba planteándose concurrir a laselecciones presidenciales, había ocultado que su nombre completo era «Timbin Laden Pawlenty». Le pedí a Favs que cambiara «bin Laden» por«Hosni», aduciendo que, debido a la reciente presencia de Mubarak en lostelediarios, sería de más actualidad. Noté que el cambio no le parecía unamejora, pero no discutió.A última hora de la tarde, hice una llamada final a McRaven, quien medijo que, debido a la niebla que había en Pakistán, su intención era esperaral domingo por la noche para comenzar la operación. Me aseguró que todo
estaba en orden y su equipo preparado, pero respondí que ese no era elprincipal motivo de mi llamada.—Transmita a todos los miembros del equipo lo mucho que los aprecio—dije.—Sí, señor.—Bill —añadí, ya que en aquel momento no encontraba las palabras paraexpresar lo que sentía—, lo digo en serio. Transmítaselo.—Lo haré, señor presidente —respondió.Aquella noche, Michelle y yo desfilamos hacia el Washington Hilton, noshicimos fotos con varios personajes VIP y pasamos un par de horassentados en un estrado charlando mientras invitados como Rupert Murdoch,Sean Penn, John Boehner y Scarlett Johansson aderezaban susconversaciones con vino y unos bistecs demasiado hechos. Yo mantuve unasonrisa amable en todo momento mientras mis pensamientos hacíanequilibrios sobre una cuerda floja a miles de kilómetros de distancia.Llegado mi turno, me levanté y empecé mi discurso. Cuando iba más omenos por la mitad, desvié mi atención hacia Donald Trump.«Sé que últimamente ha recibido críticas —dije—, pero nadie se alegramás, nadie se siente más orgulloso de dejar correr este asunto de la partidade nacimiento que Donald. Y eso es porque finalmente puede concentrarsede nuevo en los temas importantes. ¿La llegada a la luna fue una farsa?¿Qué sucedió de veras en Roswell? ¿Y dónde están Biggie y Tupac?»Mientras el público reía, seguí de esta guisa, mencionando sus«credenciales y amplia experiencia» como presentador de CelebrityApprentice y felicitándolo por cómo había afrontado el hecho de que, «en elrestaurante, el equipo de cocineros no impresionó a los jueces de OmahaSteaks [...]. Esa es la clase de decisiones que me quitarían el sueño. Bienjugado, señor. Bien jugado».La audiencia se puso a gritar mientras Trump permanecía en silencio yesbozaba una sonrisa forzada. No podía ni imaginarme qué se le pasó por lacabeza durante los pocos minutos que pasé burlándome de él en público. Loque sí sabía era que Trump era un espectáculo y, en el Estados Unidos de2011, eso era una forma de poder. Traficaba con una divisa que, porsuperficial que fuera, parecía afianzarse más cada día que pasaba. Losmismos periodistas que se reían de mis bromas seguirían dedicándoletiempo en antena; sus directores matarían por tenerlo sentado a su mesa.
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presidente pronunciar el equivalente a un monólogo humorístico en el que
despellejaba a los rivales y bromeaba sobre las últimas noticias políticas del
día.
En un momento en que personas de todo el país intentaban averiguar
cómo encontrar trabajo, conservar su hogar o pagar sus facturas después de
una recesión, mi presencia en la gala, con su elitismo y su ostentación de
alfombra roja, siempre me había resultado políticamente incómoda. Pero,
como había asistido los dos últimos años, sabía que no podía cancelar en el
último momento porque despertaría suspicacias. Aunque sabía que
McRaven se uniría pronto al equipo SEAL en Jalalabad y probablemente
lanzaría la operación en cuestión de horas, tendría que hacer todo lo posible
por aparentar normalidad en una sala de baile llena de periodistas. Por
suerte, aquella noche la principal distracción del país había sido invitada a
sentarse a la mesa de The Washington Post , y nos infundió una extraña
tranquilidad saber que, cuando Donald Trump entrara en la sala, estaba
prácticamente garantizado que los medios de comunicación no pensarían en
Afganistán.
En cierto modo, publicar la versión larga de mi partida de nacimiento y
haber reprendido a la prensa en la sala de conferencias de la Casa Blanca
había tenido el efecto deseado: Donald Trump había reconocido a
regañadientes que ahora creía que yo había nacido en Hawái y se
responsabilizaba de haberme obligado, en nombre del pueblo
estadounidense, a certificar mi estatus. Con todo, la controversia sobre mi
nacimiento seguía en la mente de todos, como quedó claro cuando me reuní
con Jon Favreau y los escritores que habían preparado mi discurso, ninguno
de los cuales conocía la operación que estaba a punto de producirse. Habían
ideado un monólogo ocurrente, aunque me detuve en una frase que se
mofaba de los birthers diciendo que Tim Pawlenty, exgobernador
republicano de Minnesota que estaba planteándose concurrir a las
elecciones presidenciales, había ocultado que su nombre completo era «Tim
bin Laden Pawlenty». Le pedí a Favs que cambiara «bin Laden» por
«Hosni», aduciendo que, debido a la reciente presencia de Mubarak en los
telediarios, sería de más actualidad. Noté que el cambio no le parecía una
mejora, pero no discutió.
A última hora de la tarde, hice una llamada final a McRaven, quien me
dijo que, debido a la niebla que había en Pakistán, su intención era esperar
al domingo por la noche para comenzar la operación. Me aseguró que todo