07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

En Cabo Cañaveral nos decepcionó saber que la NASA se había visto

obligada a cancelar el lanzamiento del transbordador en el último momento

debido a unos problemas con un generador auxiliar, pero nuestra familia

tuvo la oportunidad de hablar con los astronautas y pasar un rato con Janet

Kavandi, la directora de operaciones de vuelo en el Johnson Space Center

de Houston, quien había viajado desde Florida para el lanzamiento. De niño

me fascinaba la exploración espacial y, mientras fui presidente, prioricé el

valor de la ciencia y la ingeniería siempre que fue posible, lo cual incluyó la

creación de una feria científica anual en la Casa Blanca en la que los

estudiantes mostraban con orgullo sus robots, cohetes y coches alimentados

por energía solar. También había animado a la NASA a innovar y a

prepararse para una futura misión a Marte, en parte colaborando con

empresas comerciales en viajes espaciales de órbitas bajas. Vi que Malia y

Sasha ponían unos ojos como platos cuando Kavandi destacó todas las

personas y las horas de trabajo diligente que eran necesarias para un único

lanzamiento, así como cuando describió su trayectoria desde que era una

niña hipnotizada por el cielo nocturno que cubría la granja de ganado de su

familia en el Missouri rural hasta convertirse en una astronauta que había

participado en tres misiones espaciales.

Mi jornada concluyó con la ceremonia de graduación de Miami Dade,

que, con más de ciento setenta mil alumnos repartidos en ocho campus, era

la mayor institución de educación superior del país. Su director, Eduardo

Padrón, había asistido a la escuela en los años sesenta, cuando era un joven

inmigrante cubano con un inglés rudimentario y ninguna otra opción para

recibir una educación superior. Tras obtener su diplomatura y más tarde un

doctorado en Economía por la Universidad de Florida, rechazó lucrativas

ofertas de trabajo en el sector privado para regresar a Miami Dade, donde

en los últimos cuarenta años se había consagrado a lanzar a otros el mismo

salvavidas que la escuela le había lanzado a él. Describía el centro como

una «fábrica de sueños» para sus alumnos, que provenían eminentemente de

familias latinas, negras e inmigrantes con ingresos bajos y que en la

mayoría de los casos eran los primeros miembros de su familia en ir a la

universidad. Mientras hablaba de las ayudas que había creado para evitar

que los estudiantes se quedaran por el camino, no pude evitar sentirme

inspirado por la generosidad de su visión. «No tiramos la toalla con ningún

alumno —me dijo—, y, si hacemos nuestro trabajo, no permitimos que ellos

la tiren.»

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!