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Una-tierra-prometida (1)

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planificación que ya se había llevado a cabo, dudaba que pudiéramos

mantener nuestro secreto un mes más.

El único interrogante pendiente era si ordenaba o no la incursión. Tenía

muy claro qué había en juego. Sabía que podíamos mitigar los riesgos, pero

no eliminarlos. Tenía una confianza máxima en Bill McRaven y sus SEAL.

Sabía que, en las décadas transcurridas desde Desert One y el incidente del

Black Hawk derribado en Somalia, la capacidad de las fuerzas especiales

estadounidenses había cambiado. Pese a los errores estratégicos y las

políticas poco meditadas que habían asolado las guerras de Irak y

Afganistán, estos también habían generado a un grupo de hombres que

habían llevado a cabo innumerables operaciones y aprendido a responder en

casi cualquier situación imaginable. Teniendo en cuenta sus habilidades y

profesionalidad, confiaba en que los SEAL encontraran la manera de salir

sanos y salvos de Abbottabad incluso si algunos de nuestros cálculos y

suposiciones resultaran incorrectos.

Vi a Kobe Bryant dar media vuelta y lanzar desde la línea de tiros libres.

Los Lakers se enfrentaban a los Hornets e iban camino de cerrar la primera

ronda de los play-offs . El reloj de pie hacía tictac apoyado en la pared de la

sala de los Tratados. En los dos últimos años había tomado innumerables

decisiones: sobre los bancos en quiebra, sobre Chrysler, sobre los piratas,

sobre Afganistán y sobre la sanidad pública. Eso me había familiarizado,

aunque no inmunizado con las posibilidades de fracaso. Todo cuanto hacía

o había hecho conllevaba sopesar las contingencias, en silencio y a menudo

a altas horas de la noche en la sala en la que me encontraba en ese

momento. Sabía que no podía haber ideado un proceso más adecuado para

evaluar esas posibilidades ni haberme rodeado de una mezcla más acertada

de gente para ayudarme a valorarlas. Me di cuenta de que, gracias a todos

los errores que había cometido y a los atolladeros de los que había tenido

que salir, en muchos sentidos había estado preparándome para este

momento. Y, si bien no podía garantizar el resultado de mi decisión, estaba

plenamente listo para tomarla y sentía una confianza absoluta.

Al día siguiente, viernes 29 de abril, estuve viajando casi todo el tiempo.

Iba a Tuscaloosa, Alabama, a supervisar los daños de un devastador

tornado, y por la noche debía pronunciar un discurso de graduación en

Miami. Entre tanto, estaba previsto que llevara a Michelle y las niñas a

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