Una-tierra-prometida (1)
nada. Nos preguntaron por qué no había enseñado la versión completa demi partida de nacimiento. ¿La versión reducida omitía deliberadamenteinformación contenida en la versión extensa, tal vez alguna pista de que yoera musulmán? ¿Se había manipulado la versión completa? ¿Qué ocultabaObama?Finalmente, decidí que ya había tenido suficiente. Llamé a Bob Bauer, elabogado de la Casa Blanca, y le dije que obtuviera la partida de nacimientocompleta, que se encontraba en un archivador en las profundidades delregistro civil de Hawái. Luego comuniqué a Plouffe y Dan Pfeiffer, midirector de comunicaciones, que no solo pensaba divulgar el documento,sino hacer un comunicado público. A ellos les pareció mala idea,argumentaron que solo alimentaría la historia y que, en cualquier caso,responder a acusaciones tan ridículas no estaba a mi altura ni a la del cargode presidente.«De eso se trata, precisamente», repuse.El 27 de abril subí al estrado de la sala de conferencias de la Casa Blancay saludé a la prensa. Empecé comentando el hecho de que todas lastelevisiones nacionales hubieran decidido interrumpir su programaciónhabitual para retransmitir mis declaraciones en directo, algo que rara vezhacían. Observé también que, dos semanas antes, cuando los republicanosde la Cámara de Representantes y yo planteamos propuestas presupuestariasmarcadamente distintas, lo cual tendría profundas repercusiones para lanación, los telediarios estuvieron dominados por habladurías sobre mipartida de nacimiento. Señalé que Estados Unidos hacía frente a enormesdesafíos y decisiones importantes, que cabía esperar debates serios y enocasiones feroces discrepancias, porque así funcionaba supuestamentenuestra democracia, y que estaba seguro de que juntos podríamos labrarnosun futuro mejor.«Pero no podremos hacerlo si nos distraemos —dije—. No podremoshacerlo si nos pasamos el día vilipendiándonos unos a otros. No podremoshacerlo si nos inventamos cosas y fingimos que los hechos no son hechos.No podremos resolver nuestros problemas si nos distraemos con atraccionessecundarias y charlatanes de feria.» Miré a los periodistas allí reunidosevitando que se me notara el enfado. «Sé que habrá una parte de lapoblación que no dejará correr este asunto publiquemos lo quepubliquemos. Pero yo me dirijo a la gran mayoría del puebloestadounidense, y también a la prensa. No tenemos tiempo para estas
estupideces. Tenemos mejores cosas que hacer. Tengo mejores cosas quehacer. Hay grandes problemas que resolver. Y estoy convencido de quepodemos resolverlos, pero tenemos que concentrarnos en ellos, no en esto.»Por unos instantes hubo silencio en la sala. Salí por las puertas correderasque llevaban a las oficinas del equipo de comunicación, donde me encontréa un grupo de jóvenes pertenecientes a nuestra sección de prensa que habíanestado viendo mis declaraciones por televisión. Todos parecíanveinteañeros. Algunos habían trabajado en mi campaña. Otros se habíanincorporado recientemente a la Administración, atraídos por la idea deservir a su país. Me detuve y establecí contacto visual con cada uno deellos.«Somos mejores que todo esto —dije—. Recordadlo.»Al día siguiente, en la sala de Crisis, mi equipo y yo repasamos por últimavez nuestras opciones para una posible operación en Abbottabad aquel finde semana. A principios de semana había dado mi aprobación a McRavenpara que enviara a los SEAL y un contingente de helicópteros de asalto aAfganistán, y el equipo se encontraba en Jalalabad esperando órdenes. Paraasegurarse de que la CIA había evaluado adecuadamente su trabajo, Leon yMike Morell pidieron a Mike Leiter, el jefe del Centro NacionalAntiterrorista, que un nuevo equipo de analistas revisara la informacióndisponible sobre el complejo y sus habitantes para ver si las conclusiones dela agencia coincidían con las de Langley. Leiter dijo que su equipo habíamanifestado entre un cuarenta y un cincuenta por ciento de certeza de quese trataba de Bin Laden frente a un sesenta u ochenta por ciento en el casodel equipo de la CIA, y se debatió a qué podía obedecer esa diferencia. Alcabo de unos minutos los interrumpí.«Ya sé que estamos intentando cuantificar esos factores lo mejor quepodamos —dije—. Pero, al final, es una apuesta al cincuenta por ciento.Continuemos.»McRaven nos informó de que los preparativos para la incursión habíanconcluido. Él y sus hombres estaban listos. Por su parte, Cartwrightconfirmó que se había probado la opción del dron cargado con un misil ypodía activarse en cualquier momento. Con las posibilidades ante nosotros,recorrí la mesa para que todos me hicieran sus recomendaciones. Leon,John Brennan y Mike Mullen estaban a favor de la incursión. Hillary dijo
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nada. Nos preguntaron por qué no había enseñado la versión completa de
mi partida de nacimiento. ¿La versión reducida omitía deliberadamente
información contenida en la versión extensa, tal vez alguna pista de que yo
era musulmán? ¿Se había manipulado la versión completa? ¿Qué ocultaba
Obama?
Finalmente, decidí que ya había tenido suficiente. Llamé a Bob Bauer, el
abogado de la Casa Blanca, y le dije que obtuviera la partida de nacimiento
completa, que se encontraba en un archivador en las profundidades del
registro civil de Hawái. Luego comuniqué a Plouffe y Dan Pfeiffer, mi
director de comunicaciones, que no solo pensaba divulgar el documento,
sino hacer un comunicado público. A ellos les pareció mala idea,
argumentaron que solo alimentaría la historia y que, en cualquier caso,
responder a acusaciones tan ridículas no estaba a mi altura ni a la del cargo
de presidente.
«De eso se trata, precisamente», repuse.
El 27 de abril subí al estrado de la sala de conferencias de la Casa Blanca
y saludé a la prensa. Empecé comentando el hecho de que todas las
televisiones nacionales hubieran decidido interrumpir su programación
habitual para retransmitir mis declaraciones en directo, algo que rara vez
hacían. Observé también que, dos semanas antes, cuando los republicanos
de la Cámara de Representantes y yo planteamos propuestas presupuestarias
marcadamente distintas, lo cual tendría profundas repercusiones para la
nación, los telediarios estuvieron dominados por habladurías sobre mi
partida de nacimiento. Señalé que Estados Unidos hacía frente a enormes
desafíos y decisiones importantes, que cabía esperar debates serios y en
ocasiones feroces discrepancias, porque así funcionaba supuestamente
nuestra democracia, y que estaba seguro de que juntos podríamos labrarnos
un futuro mejor.
«Pero no podremos hacerlo si nos distraemos —dije—. No podremos
hacerlo si nos pasamos el día vilipendiándonos unos a otros. No podremos
hacerlo si nos inventamos cosas y fingimos que los hechos no son hechos.
No podremos resolver nuestros problemas si nos distraemos con atracciones
secundarias y charlatanes de feria.» Miré a los periodistas allí reunidos
evitando que se me notara el enfado. «Sé que habrá una parte de la
población que no dejará correr este asunto publiquemos lo que
publiquemos. Pero yo me dirijo a la gran mayoría del pueblo
estadounidense, y también a la prensa. No tenemos tiempo para estas