Una-tierra-prometida (1)
necesitábamos una mente militar de altos vuelos, motivo por el cualteníamos en la sala al vicealmirante William McRaven, jefe del MandoConjunto de Operaciones Especiales (JSOC, por sus siglas en inglés) delDepartamento de Defensa, para que nos explicara qué podía entrañar unaincursión.La posibilidad de trabajar estrechamente con los hombres y mujeres delejército estadounidense, ser testigo de primera mano de su trabajo en equipoy su sentido del deber, había sido uno de los aspectos más aleccionadores demis dos años en el cargo. Y, si tuviera que elegir a una persona querepresenta todos los aspectos positivos de nuestro ejército, ese sería BillMcRaven. Rondando los cincuenta y cinco años, con una cara afable ydespejada, un humor socarrón y un estilo directo y dinámico, me recordabaa un Tom Hanks rubio (si Tom Hanks hubiera sido un SEAL de la Marina).Igual que Stan McChrystal, su predecesor en el JSOC, de quien había sidosegundo al mando, McRaven había ayudado a escribir el manual sobreoperaciones especiales. De hecho, para su tesis de posgrado, dieciocho añosantes, había estudiado varias operaciones de comandos del siglo XX ,incluido el rescate en planeador de Mussolini ordenado por Hitler en 1943 yla misión llevada a cabo por Israel en 1976 para liberar a unos rehenes trasun secuestro en Uganda. Había examinado las condiciones en que unpequeño grupo de soldados bien entrenados podían utilizar el sigilo paramantener una superioridad temporal sobre contingentes más numerosos omejor armados.McRaven había desarrollado un modelo de operaciones especiales quedio forma a la estrategia militar estadounidense en todo el mundo. A lolargo de su distinguida carrera había liderado en persona o participado enmás de mil operaciones especiales en algunos de los lugares más peligrososque quepa imaginar, más recientemente persiguiendo a valiosos objetivosen Afganistán. También era famoso por mantener la calma bajo presión.Como capitán de los SEAL de la Marina, en 2001 había sobrevivido a unaccidente de paracaidismo en el que quedó seminconsciente durante unsalto y cayó ciento veinte metros antes de que se desplegara su paracaídas(se rompió la espalda, y los músculos y tendones de las piernas se lesepararon de la pelvis). Aunque la CIA había creado equipos deoperaciones especiales propios, Leon había tenido el acierto de consultar aMcRaven para trazar una posible incursión en Abbottabad. Su conclusiónfue que ningún agente de la CIA poseía las habilidades y experiencia del
equipo SEAL de McRaven y, por tanto, recomendó una organizacióninusual en la que la cadena de mando llegaba desde mí hasta él y luegoMcRaven, que tendría autoridad absoluta para diseñar y ejecutar la misiónsi decidíamos seguir adelante.Guiándose por los datos recabados mediante fotografías aéreas, la CIAhabía creado una pequeña réplica tridimensional del complejo deAbbottabad y, durante nuestra reunión en marzo, McRaven nos expusocómo se llevaría a cabo la incursión: un selecto equipo SEAL viajaría enuno o más helicópteros al abrigo de la oscuridad durante hora y mediadesde la ciudad afgana de Jalalabad hasta el objetivo y aterrizaría al otrolado de los muros del complejo. Luego asegurarían todos los accesos alperímetro, puertas y ventanas y entrarían en la vivienda principal de tresplantas, registrarían las instalaciones y neutralizarían cualquier resistenciacon la que se toparan. Entonces apresarían o matarían a Bin Laden,despegarían nuevamente y harían un alto para repostar en Pakistán antes deregresar a la base de Jalalabad. Cuando McRaven hubo concluido lapresentación, le pregunté si creía que su equipo podría conseguirlo.—Señor, ahora mismo solo hemos expuesto un concepto a grandesrasgos —dijo—. Hasta que reúna a un grupo más numeroso para llevar acabo varios ensayos no sabré si mi idea es la mejor manera de hacerlo.Tampoco puedo decirle cómo entraríamos y saldríamos; para esonecesitamos planos aéreos detallados. Lo que sí puedo decirle es que, sillegamos hasta allí, podemos llevar a cabo la incursión, pero no puedorecomendar la misión hasta que haya hecho los deberes.Asentí.—Entonces, ¿por qué no se pone manos a la obra?El 29 de marzo, dos semanas después, nos reunimos de nuevo en la salade Crisis y McRaven aseguró estar convencido de que la incursión podríarealizarse. Por otro lado, creía que salir tal vez sería un poco más«peliagudo». Basándose en su experiencia en incursiones parecidas y en losensayos preliminares que había realizado, estaba bastante seguro de que elequipo podría terminar el trabajo antes de que las autoridades paquistaníessupieran lo que estaba ocurriendo. No obstante, tuvimos en cuenta todos losescenarios en los que esa suposición podía ser incorrecta. ¿Qué haríamos silos cazas paquistaníes interceptaban a nuestros helicópteros a la ida o a lavuelta? ¿Y si Bin Laden se encontraba allí pero estaba escondido o en unasala segura, lo cual prolongaría la presencia del equipo de operaciones
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necesitábamos una mente militar de altos vuelos, motivo por el cual
teníamos en la sala al vicealmirante William McRaven, jefe del Mando
Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC, por sus siglas en inglés) del
Departamento de Defensa, para que nos explicara qué podía entrañar una
incursión.
La posibilidad de trabajar estrechamente con los hombres y mujeres del
ejército estadounidense, ser testigo de primera mano de su trabajo en equipo
y su sentido del deber, había sido uno de los aspectos más aleccionadores de
mis dos años en el cargo. Y, si tuviera que elegir a una persona que
representa todos los aspectos positivos de nuestro ejército, ese sería Bill
McRaven. Rondando los cincuenta y cinco años, con una cara afable y
despejada, un humor socarrón y un estilo directo y dinámico, me recordaba
a un Tom Hanks rubio (si Tom Hanks hubiera sido un SEAL de la Marina).
Igual que Stan McChrystal, su predecesor en el JSOC, de quien había sido
segundo al mando, McRaven había ayudado a escribir el manual sobre
operaciones especiales. De hecho, para su tesis de posgrado, dieciocho años
antes, había estudiado varias operaciones de comandos del siglo XX ,
incluido el rescate en planeador de Mussolini ordenado por Hitler en 1943 y
la misión llevada a cabo por Israel en 1976 para liberar a unos rehenes tras
un secuestro en Uganda. Había examinado las condiciones en que un
pequeño grupo de soldados bien entrenados podían utilizar el sigilo para
mantener una superioridad temporal sobre contingentes más numerosos o
mejor armados.
McRaven había desarrollado un modelo de operaciones especiales que
dio forma a la estrategia militar estadounidense en todo el mundo. A lo
largo de su distinguida carrera había liderado en persona o participado en
más de mil operaciones especiales en algunos de los lugares más peligrosos
que quepa imaginar, más recientemente persiguiendo a valiosos objetivos
en Afganistán. También era famoso por mantener la calma bajo presión.
Como capitán de los SEAL de la Marina, en 2001 había sobrevivido a un
accidente de paracaidismo en el que quedó seminconsciente durante un
salto y cayó ciento veinte metros antes de que se desplegara su paracaídas
(se rompió la espalda, y los músculos y tendones de las piernas se le
separaron de la pelvis). Aunque la CIA había creado equipos de
operaciones especiales propios, Leon había tenido el acierto de consultar a
McRaven para trazar una posible incursión en Abbottabad. Su conclusión
fue que ningún agente de la CIA poseía las habilidades y experiencia del