07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

le había oído decir a Axe que, según un conocido suyo que hacía encuestas

para los republicanos, Trump era el primero entre los potenciales

contendientes por la presidencia, a pesar de que no había hecho pública su

candidatura.

Opté por no comentar este último dato con Michelle. Solo con pensar en

Trump y en la relación simbiótica que había establecido con los medios, se

enfurecía. Veía todo ese circo como lo que era: una variación de la obsesión

de la prensa con los pines de banderas y los choques de puños durante la

campaña, la misma predisposición por parte tanto de rivales políticos como

de periodistas de dar pábulo a la idea de que su marido no era de fiar, que

era un «otro» perverso. Me dejó claro que la inquietud que sentía respecto a

Trump y el birtherism no tenía tanto que ver con mis perspectivas políticas

como con la seguridad de nuestra familia. «La gente piensa que todo esto es

un juego —dijo—. Les da igual que por ahí haya miles de hombres con

armas que se crean todo lo que se dice.»

No lo rebatí. Era evidente que a Trump no le importaban las

consecuencias de difundir teorías de la conspiración que casi con toda

certeza sabía que eran falsas, siempre que le permitiese alcanzar sus

objetivos; y se había dado cuenta de que, si en otra época hubo

guardarraíles que marcaban los límites del discurso político aceptable, estos

llevaban ya mucho tiempo derribados. En ese sentido, no había mucha

diferencia entre Trump y Boehner o McConnell. Ellos también entendían

que daba igual si lo que decían era cierto o no. No tenían que creer

realmente que yo estaba llevando al país a la quiebra, o que el Obamacare

promovía la eutanasia. De hecho, la única diferencia entre el estilo político

de Trump y el suyo era la desinhibición de este último, que entendía de

manera instintiva qué era lo que más motivaba a los votantes

conservadores, y se lo ofrecía en forma no adulterada. Aunque yo dudaba

que estuviera dispuesto a ceder el control de sus empresas o a someterse al

escrutinio necesario para postularse como candidato a la presidencia, sabía

que las pasiones que él azuzaba, la oscura visión alternativa que promovía y

legitimaba, era algo contra lo que probablemente tendría que luchar durante

el resto de mi presidencia.

Más adelante ya tendría suficiente tiempo para preocuparme por los

republicanos, me decía a mí mismo. Y lo mismo ocurría con las cuestiones

presupuestarias, la estrategia de campaña y el estado de la democracia

estadounidense. De hecho, de todo lo que me daba dolores de cabeza ese

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!