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Una-tierra-prometida (1)

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un plan razonable para la reducción del déficit y la deuda a largo plazo.

Pero, en ese momento, lo mejor que podíamos hacer para rebajar el déficit

era impulsar el crecimiento económico y, con la demanda agregada tan

débil como estaba, esto significaba más gasto federal, no menos.

El problema era que había perdido la discusión en las elecciones de

medio mandato, al menos entre aquellos que se habían molestado en ir a

votar. Los republicanos no solo podían argumentar que estaban cumpliendo

con la voluntad de los votantes cuando intentaban recortar gastos, sino que

los resultados electorales parecían haber convertido a todo Washington en

halcones del déficit. De pronto, los periódicos y los telediarios daban la voz

de alarma diciendo que el país vivía por encima de sus posibilidades. Los

comentaristas denunciaban la herencia de deuda que estábamos endosando

a las generaciones futuras. Incluso los dirigentes empresariales y la gente de

Wall Street, muchos de los cuales se habían beneficiado, de manera directa

o indirecta, del rescate del sistema financiero, tuvieron la temeridad de

apuntarse al carro antidéficit y hacer hincapié en que ya era hora de que los

políticos de Washington fuesen «valientes» y recortasen «el gasto en

privilegios»; empleando esta engañosa expresión para meter en un mismo

saco la Seguridad Social, Medicare, Medicaid y los demás programas de la

red de protección social. (Pocos de ellos expresaron interés en sacrificar sus

propias rebajas de impuestos para abordar esta supuesta crisis.)

En nuestra primera escaramuza con Boehner, en torno a los niveles de

financiación para el resto del año fiscal 2011, habíamos concedido 38.000

millones de dólares en recortes presupuestarios, una cantidad suficiente

para que Boehner fuese con ella a los miembros de su caucus conservador

(que en un principio habían aspirado al doble) pero lo bastante pequeña en

el marco de un presupuesto de 3,6 billones de dólares como para evitar

cualquier perjuicio económico real, en particular habida cuenta de que una

buena parte de esos recortes provenía de trucos contables y no reducirían

los servicios o programas esenciales. Boehner ya había señalado, no

obstante, que los republicanos volverían enseguida a por más, y había

llegado a sugerir que su caucus podría negar los votos necesarios para

incrementar el límite legal de la deuda si no satisfacíamos sus exigencias

futuras. Ninguno creímos que el Partido Republicano fuese a actuar de un

modo tan irresponsable. A fin de cuentas, elevar el techo de deuda era una

tarea legislativa rutinaria con la que cumplían ambos partidos, una cuestión

de pagar por los gastos que el Congreso ya había aprobado, y la incapacidad

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