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Una-tierra-prometida (1)

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cojo. Pero por muy poco. Y daba toda la impresión de que la nueva mayoría

en la Cámara tenía intención de dar marcha atrás en la economía.

Desde el momento en que fue elegido presidente de la Cámara en junio,

John Boehner había insistido en que los republicanos tenían toda la

intención de cumplir con su compromiso de campaña de poner fin a lo que

llamaba mi «exceso de dispendios demoledor para el empleo de los últimos

dos años». En una alocución tras mi discurso del estado de la Unión de

2011, Paul Ryan, presidente del Comité de Presupuestos de la Cámara,

había predicho que, a consecuencia de ese despilfarro descontrolado, la

deuda federal «pronto sería superior a toda nuestra economía y crecería

hasta niveles catastróficos en los próximos años». La nueva camada de

líderes del Partido Republicano, muchos de los cuales habían defendido

durante sus campañas ideas propias del Tea Party, estaban sometiendo a

Boehner a una intensa presión para lograr una reducción inmediata, drástica

y permanente del tamaño de la Administración federal; una reducción que

creían que por fin restauraría el orden constitucional en Estados Unidos, y

recuperaría el país de las garras de las corruptas élites políticas y

económicas.

En un sentido puramente económico, todos en la Casa Blanca creíamos

que sería un absoluto desastre poner en práctica los planes de grandes

recortes en los presupuestos federales de los republicanos de la Cámara. El

desempleo seguía en torno al 9 por ciento. El mercado inmobiliario aún no

se había recuperado. Los estadounidenses todavía estaban intentando pagar

los 1,1 billones de dólares de deuda de las tarjetas de crédito y otros

préstamos que habían acumulado a lo largo de la década anterior; millones

de personas debían por sus hipotecas más dinero del que valían sus casas.

Las empresas y los bancos se enfrentaban a una resaca de deuda similar y

seguían siendo cautelosos a la hora de invertir en la expansión de sus

negocios o al conceder nuevos préstamos. Era verdad que el déficit federal

había aumentado considerablemente desde que yo había asumido el cargo,

sobre todo a consecuencia de la reducción de los ingresos fiscales y del

incremento de gasto en los programas sociales tras lo que se había llamado

la Gran Recesión. A petición mía, Tim Geithner ya estaba esbozando planes

para reducir el déficit hasta los niveles anteriores a la crisis una vez que la

economía se hubiese recuperado por completo. También había creado una

comisión, encabezada por Erskine Bowles, antiguo jefe de gabinete de

Clinton, y Alan Simpson, exsenador por Wyoming, encargada de elaborar

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