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Una-tierra-prometida (1)

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preparado para tomar una decisión, pero, basándome en lo que he oído, hay

algo que no haremos: no participaremos en una zona de exclusión aérea a

medias que no cumplirá nuestro objetivo.»

Le dije al equipo que nos reuniríamos de nuevo en un par de horas,

momento en el cual esperaba oír opciones reales para una intervención

eficaz, incluyendo un análisis de los costes, recursos humanos y riesgos. «O

hacemos esto bien —dije—, o dejamos de fingir que nos tomamos en serio

salvar Bengasi para sentirnos mejor.»

Cuando llegué a la sala Azul, Michelle y nuestros invitados ya estaban

allí. Nos hicimos fotos con cada comandante y su mujer, y hablamos de

nuestros hijos y bromeamos sobre nuestras partidas de golf. Durante la cena

me senté al lado de un joven marine y su esposa; había pisado un artefacto

explosivo improvisado cuando trabajaba como artificiero en Afganistán y

perdió ambas piernas. Todavía estaba acostumbrándose a las prótesis, me

dijo, pero parecía animado y resultaba atractivo con su uniforme. En la cara

de su mujer vi aquella mezcla de orgullo, determinación y angustia

contenida a la que me había acostumbrado durante las visitas a familias de

militares en los dos años anteriores.

En todo momento, mi cerebro estuvo realizando cálculos, pensando en la

decisión que debería tomar en cuanto Buddy, Von y el resto de camareros

recogieran los platos del postre. Los argumentos que habían planteado

Mullen y Gates en contra de una acción militar en Libia eran convincentes.

Ya había enviado a la guerra a miles de jóvenes como el marine que tenía a

mi lado y no había garantía, pensaran lo que pensaran quienes se hallaban

en los márgenes, de que un nuevo conflicto no provocaría a otros esas

lesiones o algo peor. Me irritaba que Sarkozy y Cameron me hubieran

involucrado en la cuestión, en parte para solventar sus problemas de política

nacional, y despreciaba la hipocresía de la Liga Árabe. Sabía que Bill tenía

razón: fuera de Washington no había mucho apoyo para lo que nos habían

pedido que hiciéramos y, en el momento en que una operación militar

estadounidense en Libia saliera mal, mis problemas políticos no harían más

que agravarse.

También sabía que, a menos que tomáramos las riendas, el plan europeo

probablemente no iría a ninguna parte. Las tropas de Gadafi sitiarían

Bengasi. En el mejor de los casos, estallaría un conflicto prolongado, y

puede que incluso una guerra civil en toda regla. En el peor, decenas de

miles de personas o más morirían de hambre, serían torturadas o recibirían

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