07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

suponían ya las misiones en Irak y Afganistán para nuestras tropas.

También estaban convencidos (acertadamente, a mi juicio) de que, pese a la

retórica de Sarkozy y Cameron, el ejército estadounidense acabaría

llevando casi todo el peso de cualquier operación en Libia. Joe consideraba

una estupidez intervenir en otra guerra en el extranjero y Bill siguió

asombrado porque tan siquiera estuviéramos manteniendo aquel debate.

Pero, mientras recorría el despacho, llegaron las voces favorables a una

intervención. Hillary inició una conferencia desde París, donde asistió a una

reunión del G8, y dijo que la había impresionado el líder opositor libio, al

que había conocido allí. A pesar de, o tal vez debido a, su realpolitik en

relación con Egipto, ahora estaba a favor de que participáramos en una

misión internacional. Hablando desde nuestras oficinas en la sede de

Naciones Unidas en Nueva York, Susan Rice dijo que la situación le

recordaba a 1994, cuando la comunidad internacional no intervino en el

genocidio de Ruanda. Entonces formaba parte del Consejo de Seguridad

Nacional de Bill Clinton y la falta de acción en ese momento aún la

atormentaba. Si una acción relativamente modesta podía salvar vidas,

argumentó, debíamos llevarla a cabo, aunque propuso que, en lugar de

respaldar la propuesta de una zona de exclusión aérea, debíamos presentar

una resolución propia que planteara un mandato más amplio para

emprender las acciones necesarias para proteger a los civiles sirios de las

fuerzas de Gadafi. Algunos asesores más jóvenes manifestaron su

preocupación por que una acción militar contra Libia tuviera la

consecuencia no deseada de convencer a países como Irán de que

necesitaban armas nucleares para protegerse de un futuro ataque

estadounidense. Pero, igual que ocurrió con Egipto, Ben y Tony Blinken

consideraban que teníamos la responsabilidad de apoyar a las fuerzas que

protestaban por un cambio democrático en Oriente Próximo, sobre todo si

los estados árabes y nuestros máximos aliados estaban dispuestos a actuar

con nosotros. Y, aunque Samantha siguió mostrándose inusualmente fría

cuando describía la cifra potencial de muertos en Bengasi si decidíamos no

actuar, yo sabía que mantenía contacto directo a diario con libios que

suplicaban ayuda. Casi no era necesario que le preguntara cuál era su

postura.

Consulté el reloj, consciente de que en breve debía asistir a una cena

anual con los comandantes del ejército estadounidense y sus esposas en la

sala Azul de la residencia. «De acuerdo —dije—. Todavía no estoy

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!