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Una-tierra-prometida (1)

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Y, sin embargo, ante las constantes noticias llegadas desde Libia sobre

heridas espantosas colmando los hospitales y jóvenes ejecutados sin

contemplaciones en las calles, el apoyo alrededor del mundo a la

intervención cobró fuerza. Para sorpresa de muchos, la Liga Árabe votó a

favor de una intervención internacional contra Gadafi, lo cual no solo era un

signo de lo extremos que eran los niveles de violencia en Libia, sino

también del grado en que el comportamiento errático del dictador del país y

sus intromisiones en los asuntos de otras naciones lo habían aislado de otros

líderes árabes (es posible que el voto también fuera una treta de los países

de la región para desviar la atención de sus abusos contra los derechos

humanos, ya que naciones como Siria y Baréin seguían siendo miembros

respetables). Mientras tanto, Nicolas Sarkozy, que había sido criticado

despiadadamente en Francia por apoyar al régimen de Ben Ali en Túnez

hasta el amargo final, de repente decidió convertir la salvación del pueblo

libio en su causa personal. Junto a David Cameron, anunció su intención de

presentar de inmediato una resolución en el Consejo de Seguridad de

Naciones Unidas en nombre de Francia y Reino Unido en la que autorizaría

a una coalición internacional a que impusiera una zona de exclusión aérea

en Libia, una resolución sobre la cual nosotros deberíamos posicionarnos.

El 15 de marzo convoqué una reunión de mi equipo de seguridad

nacional para debatir la resolución pendiente del Consejo de Seguridad.

Empezamos con un informe sobre los progresos de Gadafi: las tropas libias,

equipadas con armas pesadas, pretendían conquistar una ciudad situada a

las afueras de Bengasi, lo cual les permitiría interrumpir el suministro de

agua, comida y electricidad de seiscientos mil habitantes. Cuando sus

fuerzas se hubieran concentrado, Gadafi prometió ir «casa por casa, callejón

por callejón, persona por persona, hasta que el país» estuviera «limpio de

basura y escoria». Le pregunté a Mike Mullen de qué serviría una zona de

exclusión aérea. Básicamente de nada, me dijo, lo cual confirmó que,

puesto que Gadafi estaba utilizando tropas de tierra de manera casi

exclusiva, la única forma de impedir un ataque a Bengasi era enfrentarse a

dichas tropas con ofensivas aéreas.

«En otras palabras —dije—, nos piden que participemos en una zona de

exclusión aérea que hará que parezca que todo el mundo está actuando pero

que no salvará Bengasi.»

Luego les pedí recomendaciones. Gates y Mullen se oponían con firmeza

a una acción militar estadounidense e insistieron en el esfuerzo que

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