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Una-tierra-prometida (1)

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que acelerara un calendario para los nuevos comicios. Pero las condiciones

para el traspaso de poderes eran tan difusas que cualquier egipcio que

estuviera viendo la retransmisión probablemente llegaría a la conclusión de

que las promesas que hiciera Mubarak podrían y serían revocadas en cuanto

se acallaran las protestas. De hecho, el presidente egipcio dedicó el grueso

del discurso a acusar a provocadores y fuerzas políticas no identificadas de

secuestrar las protestas para socavar la seguridad y estabilidad de la nación.

Insistió en que, para proteger a Egipto de los agentes del caos y la violencia,

seguiría cumpliendo con sus responsabilidades como una persona que

«jamás había buscado el poder». Cuando finalizó el discurso, alguien apagó

el televisor y yo me recosté en la silla y estiré los brazos por encima de la

cabeza.

«Eso no bastará», dije.

Quería intentar convencer por última vez a Mubarak de que iniciara una

transición real. A mi regreso al despacho Oval, lo llamé y activé el altavoz

para que mis asesores pudieran oírlo. Empecé felicitándolo por su decisión

de no volver a presentar su candidatura. Solo podía imaginar lo difícil que

sería para Mubarak, una persona que había asumido el poder cuando yo iba

a la universidad y que había sobrevivido a cuatro de mis predecesores, oír

lo que estaba a punto de decirle.

«Ahora que ha tomado esta histórica decisión para un traspaso de poderes

—dije—, quiero comentar con usted cómo se hará. Lo digo con el máximo

respeto. Quiero compartir mi valoración honesta sobre lo que considero que

conseguirá sus objetivos.» Luego fui al grano: en mi opinión, si seguía en el

cargo y demoraba el proceso de transición, las protestas continuarían y

probablemente se descontrolarían. Si quería garantizar la elección de un

Gobierno responsable que no estuviera dominado por los Hermanos

Musulmanes, había llegado el momento de que dimitiera y utilizara su

prestigio para contribuir a la llegada de un nuevo ejecutivo egipcio.

Aunque Mubarak y yo solíamos hablar en inglés, en esta ocasión decidió

dirigirse a mí en árabe. No necesité al traductor para detectar su agitación.

«Usted no entiende la cultura del pueblo egipcio —declaró, elevando el

tono de voz—. Presidente Obama, si afronto la transición de esa manera,

será lo más peligroso para Egipto.»

Reconocí que no sabía tanto como él sobre la cultura egipcia y que

llevaba mucho más tiempo que yo en el mundo de la política. «Pero hay

momentos de la historia en los que, porque las cosas hayan sido iguales en

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