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Una-tierra-prometida (1)

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Ninguno de los análisis de esos líderes resistía un escrutinio. Los suníes,

que representaban a la amplia mayoría de los egipcios (y la totalidad de los

Hermanos Musulmanes), eran poco susceptibles a la influencia del Irán chií

y a Hezbolá, y no existía una sola prueba de que Al Qaeda y Hamás

estuvieran detrás de las manifestaciones. Con todo, líderes aún más jóvenes

y con una mentalidad más reformista, entre ellos el rey Abdalá de Jordania,

temían que las protestas engulleran a sus países y, aunque utilizaban un

lenguaje más sofisticado, estaba claro que esperaban que Estados Unidos

eligiera, en palabras de Bibi, la «estabilidad» y no el «caos».

El 31 de enero había tanques del ejército egipcio por todo El Cairo, el

Gobierno había interrumpido el servicio de internet en la ciudad y los

manifestantes planeaban una huelga general para el día siguiente. La lectura

de Wisner sobre su reunión con Mubarak había llegado: el presidente

egipcio se comprometería públicamente a no presentarse a otro mandato,

pero no suspendería el estado de emergencia ni apoyaría un traspaso

pacífico de poderes. El informe no hizo sino agrandar la brecha en mi

equipo de seguridad nacional: los miembros más veteranos veían la

concesión de Mubarak como una justificación suficiente para apoyarlo,

mientras que los asesores más jóvenes consideraban la medida, igual que su

repentina decisión de nombrar vicepresidente a Omar Suleiman, su jefe de

espionaje, una mera táctica de postergación que no apaciguaría a los

manifestantes. Tom Donilon y Denis me comentaron que los debates se

habían agriado, y que los periodistas habían captado la discrepancia entre

Joe y las declaraciones prudentemente anodinas de Hillary y las críticas más

estridentes que lanzaban Gibbs y otros miembros de la Administración

contra Mubarak.

En parte para asegurarme de que todos se ceñían al mismo guion

mientras decidíamos los siguientes pasos, me personé sin previo aviso en

una reunión del Comité de Directores del Consejo de Seguridad Nacional

que tuvo lugar en la sala de Crisis el 1 de febrero a última hora de la tarde.

Apenas había comenzado el debate cuando un asistente nos informó de que

Mubarak estaba dirigiéndose al pueblo egipcio en una retransmisión

nacional, así que encendimos el televisor para poder verlo en tiempo real.

Vestido con traje oscuro y leyendo un texto preparado, Mubarak parecía

estar cumpliendo la promesa que le hizo a Wisner al afirmar que nunca tuvo

intención de presentarse a otro mandato como presidente, además de

anunciar que pediría al Parlamento egipcio (que él controlaba por completo)

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