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Una-tierra-prometida (1)

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en su día habían ayudado a derrocar el Muro de Berlín o los que se habían

situado frente a los tanques en la plaza de Tiananmén. Tampoco eran tan

diferentes de los jóvenes que habían contribuido a mi elección como

presidente.

«Si yo fuera un veinteañero egipcio —le dije a Ben—, probablemente

estaría allí con ellos.»

Por supuesto, yo no era un veinteañero egipcio. Era el presidente de

Estados Unidos. Y, por convincentes que fueran aquellos jóvenes, tuve que

recordarme a mí mismo que representaban, junto con los profesores

universitarios, los activistas por los derechos humanos, los miembros de

partidos laicos de la oposición y los sindicalistas que también estaban al

frente de las protestas, a solo una fracción de la población egipcia. Si

Mubarak abandonaba el cargo y creaba un vacío de poder repentino, no era

probable que ellos lo llenaran. Una de las tragedias del reinado dictatorial

de Mubarak era que había impedido el desarrollo de las instituciones y

tradiciones que podían ayudar a Egipto a gestionar eficazmente una

transición a la democracia: partidos políticos fuertes, un poder judicial y

medios de comunicación independientes, controles imparciales de las

elecciones, asociaciones civiles transversales, un servicio civil efectivo y

respeto por los derechos de las minorías. Aparte del ejército, que estaba

muy arraigado en toda la sociedad egipcia y supuestamente jugaba un gran

papel en grandes ámbitos de la economía, la fuerza más poderosa y

cohesionada eran los Hermanos Musulmanes, la organización islamista suní

cuyo objetivo primordial era que Egipto y todo el mundo árabe estuvieran

gobernados por la ley sharia. Gracias a su organización comunitaria y a sus

labores benéficas en nombre de los pobres (y pese a que Mubarak los había

prohibido oficialmente), los Hermanos Musulmanes contaban con un

número considerable de miembros. También enarbolaban la participación

política en lugar de la violencia para conseguir sus objetivos y, en unas

elecciones justas y libres, los candidatos a los que respaldaban serían los

favoritos. Aun así, muchos gobiernos de la región veían a los Hermanos

como una amenaza subversiva y peligrosa, y la filosofía fundamentalista de

la organización la hacía poco fiable como guardiana del pluralismo

democrático y potencialmente peligrosa para las relaciones entre Estados

Unidos y Egipto.

En la plaza Tahrir, las protestas y los enfrentamientos violentos entre

manifestantes y policía seguían intensificándose. Aparentemente salido de

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