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Una-tierra-prometida (1)

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Ojalá el momento hubiera sido un poco más acertado.

Aquel mismo mes, en Túnez, un frutero pobre se prendió fuego delante de

un edificio del Gobierno local. Era un acto de protesta motivado por la

desesperación; la furiosa respuesta de un ciudadano a un Gobierno que él

sabía corrupto e indiferente a sus necesidades. Según todos, Mohamed

Buazizi, de veintiséis años, no era un activista ni estaba especialmente

interesado en la política. Pertenecía a una generación de tunecinos que

habían crecido en una economía estancada y bajo el control de un dictador

represivo llamado Zine el-Abidine Ben Ali. Pero, después de ser acosado

reiteradamente por inspectores municipales y de que le impidieran declarar

ante un juez, se hartó. Según un transeúnte, en el momento de inmolarse,

Buazizi gritó a nadie en particular y a todos a la vez: «¿Cómo esperáis que

me gane la vida?».

Días después, la angustia del frutero desencadenó manifestaciones contra

el Gobierno en todo el país y finalmente obligaron a Ben Ali a huir a Arabia

Saudí. Mientras tanto, empezaron a aflorar protestas similares, integradas

sobre todo por jóvenes, en Argelia, Yemen, Jordania y Omán, los primeros

destellos de lo que se daría a conocer como la Primavera Árabe.

Mientras preparaba mi discurso del estado de la Unión del 25 de enero de

2011, mi equipo discutía en qué medida debía comentar los hechos que se

estaban extendiendo rápidamente por todo Oriente Próximo y el norte de

África. Después de que unas protestas masivas derrocaran a un autócrata en

Túnez, las manifestaciones antigubernamentales estaban propagándose por

toda la región, en gran medida impulsadas por las nuevas generaciones. Era

casi imposible saber qué pasaría a continuación. Al final, añadimos una

única pero rotunda línea al discurso:

«Seamos claros claros esta noche: Estados Unidos apoya al pueblo de

Túnez y las aspiraciones democráticas de todos.»

Desde la perspectiva estadounidense, los hechos más significativos se

produjeron en Egipto, donde una coalición de organizaciones juveniles,

activistas, partidos opositores de izquierdas y escritores y artistas de

renombre había hecho un llamamiento nacional a protestar masivamente

contra el régimen del presidente Mubarak. El mismo día de mi discurso del

estado de la Unión, cerca de cincuenta mil egipcios inundaron la plaza

Tahrir, en el centro de El Cairo, para exigir el fin del estado de emergencia,

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