07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

estadounidense prestara más atención a los derechos humanos y los asuntos

de gobierno al tratar con nuestros socios de Oriente Próximo. Pero entonces

los saudíes ofrecían un dato clave que impedía que alguien instalara un

artefacto explosivo en aviones de carga destinados a Estados Unidos o bien

nuestra base naval en Baréin era crucial para gestionar una refriega con Irán

en el estrecho de Ormuz, y esos informes quedaban relegados al fondo de

un cajón. En todo el Gobierno estadounidense, la posibilidad de que una

revuelta populista derrocara a uno de nuestros aliados había sido recibida

históricamente con resignación. Sí, podía ocurrir, igual que un terrible

huracán azotara la costa del Golfo o el terremoto Big One sacudiera

California; pero, como no podíamos saber con exactitud cuándo ni dónde, y

como tampoco teníamos medios para impedirlo, lo mejor era trazar planes

de contingencia y prepararnos para afrontar las consecuencias.

Me gustaba pensar que mi Administración se resistía a ese fatalismo.

Inspirándome en mi discurso en El Cairo, había aprovechado las entrevistas

y las declaraciones públicas para alentar a los gobiernos de Oriente Próximo

a escuchar la voz de los ciudadanos que pedían una reforma. En las

reuniones con líderes árabes, mi equipo ponía frecuentemente los derechos

humanos en la agenda. El Departamento de Estado trabajaba diligentemente

entre bastidores para proteger a los periodistas, liberar a disidentes políticos

y ampliar el espacio para la participación ciudadana.

Sin embargo, Estados Unidos apenas reprendía públicamente a aliados

como Egipto o Arabia Saudí por sus violaciones de los derechos humanos.

Era un hecho desafortunado, pero, debido a nuestras inquietudes por Irak,

Al Qaeda e Irán, por no hablar de las necesidades de seguridad de Israel,

había demasiado en juego como para arriesgarnos a romper relaciones.

Aceptar ese tipo de realismo, me decía a mí mismo, formaba parte del

trabajo. No obstante, a veces llegaba a mi mesa la historia de una activista

por los derechos de las mujeres que era detenida en Riad, o leía acerca de

un empleado de una organización internacional por los derechos humanos

que estaba pudriéndose en una cárcel de El Cairo y me sentía afligido.

Sabía que mi Administración jamás podría convertir Oriente Próximo en un

oasis de democracia, pero creía que podíamos y debíamos hacer mucho más

para fomentar un progreso hacia ella.

Fue en uno de esos estados anímicos cuando pude reservar tiempo para

una comida con Samantha Power.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!