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Una-tierra-prometida (1)

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oficina diciendo que los medios aseguraban que había despreciado

deliberadamente a Netanyahu haciéndolo esperar, lo cual suscitó

acusaciones de que había permitido que un rencor personal dañara la vital

relación entre Estados Unidos e Israel.

Aquella fue una de las raras veces en que maldije más que Rahm.

Volviendo la vista atrás, a veces pienso en cómo afectan las

características particulares de los líderes al devenir de la historia; en si los

que ascendemos al poder somos meros conductos para las corrientes

profundas e inexorables de los tiempos o en si al menos somos en parte

artífices de lo que está por venir. Me pregunto si nuestras inseguridades y

esperanzas, nuestros traumas de infancia o nuestros recuerdos de bondad

inesperada poseen tanta fuerza como cualquier cambio tecnológico o

tendencia socioeconómica. Me pregunto si una presidenta Hillary Clinton o

un presidente John McCain habrían despertado más confianza en ambos

bandos, si las cosas habrían sido distintas si otro hubiera ocupado el puesto

de Netanyahu como primer ministro o si Abás hubiera sido más joven y

hubiera estado más predispuesto a dejar huella que a protegerse de las

críticas.

Lo que sí sé es que, a pesar de las horas que pasaron Hillary Clinton y

George Mitchell haciendo diplomacia itinerante, nuestros planes para las

conversaciones de paz no fueron a ninguna parte hasta que, a finales de

agosto de 2010 y solo un mes antes de que expirara el cese de las

construcciones, Abás finalmente aceptó mantener conversaciones directas,

gracias en buena parte a la intervención del presidente egipcio, Hosni

Mubarak, y el rey de Jordania, Abdalá. Sin embargo, condicionó su

participación a la voluntad de Israel de mantener vigente el cese, el mismo

cese que en los nueve meses anteriores había tildado de inútil.

Sin tiempo que perder, organizamos que Netanyahu, Abás, Mubarak y

Abdalá vinieran a reunirse conmigo en cena íntima en la Casa Blanca el 1

de septiembre para iniciar las conversaciones. El día fue eminentemente

ceremonial; la dura tarea de sacar adelante un acuerdo recaería en Hillary,

Mitchell y los equipos negociadores. Aun así, lo engalanamos todo con

photocalls , ruedas de prensa y toda la ostentación que pudimos, y el

ambiente entre los cuatro líderes fue de amabilidad y camaradería en todo

momento. Todavía conservo una fotografía de los cinco consultando el reloj

del presidente Mubarak para comprobar que el sol se había puesto

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