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Una-tierra-prometida (1)

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nos centrábamos en los asentamientos cuando todo el mundo sabía que la

violencia palestina era el principal impedimento para la paz. Una tarde, Ben

llegó con retraso a una reunión y parecía especialmente agobiado después

de haberse pasado casi una hora al teléfono con un congresista demócrata

liberal que estaba muy nervioso.

—Yo creía que se oponía a los asentamientos —dije.

—Así es —repuso Ben—. Y también se opone a que hagamos algo para

que cesen los asentamientos.

Esta clase de presión se prolongó casi todo 2009, como también lo

hicieron las preguntas sobre mis kishkes . Periódicamente, invitábamos a

líderes de organizaciones judías o miembros del Congreso a la Casa Blanca

para que se reunieran conmigo y mi equipo y pudiéramos corroborarles

nuestro férreo compromiso con la seguridad de Israel y su relación con

Estados Unidos. No era un argumento difícil de exponer; pese a mis

diferencias con Netanyahu en cuanto al cese de la construcción de

asentamientos, había cumplido mi promesa de incrementar la cooperación

entre Estados Unidos e Israel en todo el mundo, trabajando para

contrarrestar la amenaza iraní y financiar el futuro desarrollo de la Cúpula

de Hierro, un sistema de defensa que permitiría a Israel abatir misiles de

fabricación siria llegados desde Gaza o desde posiciones de Hezbolá en

Líbano. No obstante, el ruido orquestado por Netanyahu tuvo el efecto

deseado de agotar el tiempo, ponernos a la defensiva y recordarme que unas

diferencias políticas normales con un primer ministro israelí, aun

presidiendo un frágil Gobierno de coalición, tenían un coste para la política

nacional que no existía cuando trataba con Reino Unido, Alemania, Francia,

Japón, Canadá o cualquiera de nuestros principales aliados.

Pero, poco después de pronunciar mi discurso en El Cairo a principios de

junio de 2009, Netanyahu abrió la puerta al progreso respondiendo con otro

discurso en el que declaró por primera vez su apoyo condicional a una

solución de dos estados. Y, tras meses de discusiones, él y Abás finalmente

aceptaron acompañarme en una reunión cara a cara aprovechando una visita

a la ciudad para la reunión anual de líderes en la Asamblea General de

Naciones Unidas a finales de septiembre. Ambos fueron corteses

(Netanyahu hablador y físicamente cómodo, Abás casi siempre inexpresivo,

salvo cuando asentía de vez en cuando), pero se mostraron indiferentes

cuando los alenté a correr ciertos riesgos por la paz. Dos meses después,

Netanyahu aceptó imponer una moratoria de diez meses a la concesión de

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