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Una-tierra-prometida (1)

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Con su constitución de linebacker , su mandíbula cuadrada, sus rasgos

marcados y su cortinilla gris, Netanyahu era un hombre inteligente, astuto y

duro, y podía comunicarse fluidamente en hebreo e inglés (había nacido en

Israel, pero pasó gran parte de sus años formativos en Filadelfia, y su pulido

tono de barítono dejaba entrever rastros del acento de esa ciudad). Su

familia tenía profundas raíces en el movimiento sionista: su abuelo, un

rabino, emigró de Polonia a la Palestina gobernada por los británicos en

1920, y su padre, un profesor de historia conocido sobre todo por sus

escritos sobre la persecución de los judíos por parte de la Inquisición

española, se convirtió en un líder del ala más militante del movimiento

antes de la fundación de Israel. Aunque se había criado en una familia laica,

Netanyahu heredó la devoción de su padre por la defensa de Israel. Había

sido miembro de una unidad de las fuerzas especiales de las FDI y en 1973

combatió en la guerra del Yom Kippur. En 1976, su hermano había muerto

heroicamente en la legendaria operación Entebbe, en la que unos comandos

israelíes rescataron a ciento dos pasajeros tras el secuestro de un vuelo de

Air France a manos de unos terroristas palestinos.

Era más difícil saber si Netanyahu había heredado también la irrefrenable

hostilidad de su padre hacia los árabes («La tendencia al conflicto está en la

esencia del árabe. Es enemigo por naturaleza. Su personalidad no le permite

ningún compromiso o acuerdo»). Lo que estaba claro era que había

construido todo su personaje político en torno a una imagen de fortaleza y

al mensaje de que los judíos no podían permitirse falsas piedades, de que

vivían en un barrio conflictivo y por tanto debían ser duros. Esa filosofía lo

alineaba claramente con los miembros más extremistas del AIPAC, así

como algunas autoridades republicanas y estadounidenses adinerados de

derechas. Netanyahu podía ser encantador, o al menos solícito, cuando le

convenía; por ejemplo, había insistido mucho en reunirse conmigo en un

vestíbulo del aeropuerto de Chicago poco después de que me eligiesen

como senador, y me elogió por un intrascendente proyecto de ley a favor de

Israel que yo había apoyado en la legislatura del estado de Illinois. Pero su

visión de sí mismo como máximo defensor del pueblo judío contra las

calamidades le permitía justificar casi cualquier cosa que lo mantuviera en

el poder, y su conocimiento de la política y los medios de comunicación

estadounidenses le infundían confianza en que podría resistir las presiones

que pudiera ejercer una Administración demócrata como la mía.

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