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Una-tierra-prometida (1)

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interés en los derechos de los palestinos. Mientras tanto, la ocupación israelí

seguía enfureciendo a la comunidad árabe y alimentando sentimientos

antiamericanos en todo el mundo musulmán.

En otras palabras, la ausencia de paz entre Israel y los palestinos hacía

que Estados Unidos estuviera menos seguro. Negociar una solución factible

entre ambos bandos, en cambio, fortalecería nuestra situación de seguridad,

debilitaría a nuestros enemigos y nos otorgaría más credibilidad en la

defensa de los derechos humanos en el mundo entero, todo ello de una vez.

En realidad, el conflicto palestino-israelí también me afectaba

personalmente. Algunas de las primeras lecciones morales que recibí de mi

madre giraban en torno al Holocausto, una catástrofe inconcebible que, al

igual que la esclavitud, aseguraba ella, tuvo su origen en la incapacidad o

falta de voluntad para reconocer la humanidad de otros. Como muchos

niños estadounidenses de mi generación, llevaba la idea del éxodo grabada

a fuego. En sexto curso, idealicé el Israel que me describió un monitor de

campamento judío que había vivido en un kibutz , un lugar donde, dijo,

todos eran iguales, todos colaboraban y todos podían compartir las alegrías

y dificultades de reparar el mundo. En el instituto había devorado las obras

de Philip Roth, Saul Bellow y Norman Mailer, conmovido por historias de

hombres que trataban de encontrar su lugar en un Estados Unidos que no

los acogía. Más tarde, al estudiar los primeros movimientos por los

derechos civiles en la universidad, me interesé por la influencia de filósofos

judíos como Martin Buber en los sermones y escritos de Martin Luther

King. Admiraba el hecho de que, en todos los ámbitos, los votantes judíos

tendieran a ser más progresistas que cualquier otro grupo étnico y, en

Chicago, algunos de mis amigos y partidarios más incondicionales

provenían de la comunidad judía de la ciudad.

Creía que existía un vínculo esencial entre las experiencias negra y judía,

una historia común de exilio y sufrimiento que en última instancia podría

redimirse con una sed compartida de justicia, una mayor compasión por los

demás y un mayor sentido de la comunidad. Ello me hacía un firme

defensor del derecho del pueblo judío a poseer un Estado propio aunque,

irónicamente, debido a esos mismos valores comunes, me era imposible

ignorar las condiciones en las que se veían obligados a vivir los palestinos

de los territorios ocupados.

Sí, muchas tácticas de Arafat habían sido abominables. Sí, con demasiada

frecuencia, los líderes palestinos habían perdido oportunidades para

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