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Una-tierra-prometida (1)

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Cecilia Muñoz, la directora de asuntos intergubernamentales de la Casa

Blanca, fue la persona que lideró nuestra iniciativa. Cuando yo era senador,

Cecilia era vicepresidenta principal de asuntos normativos y legislativos del

Consejo Nacional de la Raza, la mayor organización de promoción de los

latinos en todo el país, y desde entonces venía asesorándome en

inmigración y otras cuestiones. Hija de inmigrantes bolivianos nacida y

criada en Michigan, Cecilia era comedida, discreta y —como solía decirle

en tono jocoso— «genuinamente agradable», y recordaba a la joven

profesora favorita de todos los alumnos en primaria o secundaria. Era

también fuerte y tenaz (y fanática seguidora del equipo de fútbol americano

de Michigan). En cuestión de semanas, Cecilia y su equipo habían lanzado

una intensa y extensa campaña de prensa en apoyo de la Ley DREAM,

proponiendo historias, recopilando estadísticas y reclutando a prácticamente

todos los miembros del Gabinete y todas las agencias (incluido el

Departamento de Defensa) para que organizasen eventos de una u otra

clase. Pero lo más importante era que Cecilia había reunido a un equipo de

dreamers dispuestos a revelar su condición de indocumentados para contar

sus historias personales a los senadores indecisos y a los medios de

comunicación. Cecilia y yo hablamos varias veces sobre el coraje de estos

jóvenes, y coincidimos en que, a su edad, habríamos sido incapaces de

soportar tamaña presión.

«Por ellos es por lo que tengo muchísimas ganas de conseguirlo», me

dijo.

Pero a pesar de las innumerables horas que pasamos en reuniones y al

teléfono, la probabilidad de conseguir los sesenta votos para la Ley

DREAM empezó a verse cada vez más remota. Una de las personas en

quien teníamos depositadas más esperanzas era Claire McCaskill, la

senadora demócrata por Missouri. Había sido uno de mis primeros apoyos y

era una de mis mejores amigas en el Senado, además de una política

experimentada, con un ingenio afilado, un gran corazón y ni un gramo de

hipocresía o afectación. Pero también venía de un estado conservador, de

tendencias republicanas, y era un objetivo jugoso para el Partido

Republicano en sus esfuerzos por recuperar el control del Senado.

«Sabe que quiero ayudar a esos chavales, señor presidente —me dijo

Claire cuando la llamé por teléfono—, pero las encuestas en Missouri son

malísimas en todo lo relacionado con inmigración. Si voto a favor, es muy

probable que pierda mi escaño.»

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