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Una-tierra-prometida (1)

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tratar de obtener el permiso de conducir o al solicitar una beca para la

universidad. Yo había tenido ocasión de conocer a muchos dreamers , tanto

antes como después de llegar a la Casa Blanca. Eran inteligentes y tenaces,

y estaban preparados; con tanto potencial como mis propias hijas. En todo

caso, tenía la impresión de que los dreamers tenían una actitud menos

cínica sobre Estados Unidos que sus contemporáneos nacidos aquí,

precisamente porque sus circunstancias les habían enseñado a no dar por

descontada su vida en este país.

Desde un punto de vista moral, el argumento para permitir que esos

jóvenes permanecieran en Estados Unidos, el único país que muchos de

ellos habían conocido, era tan convincente que Kennedy y McCain habían

incorporado la Ley DREAM a su proyecto de ley sobre inmigración de

2007. Y ante la perspectiva de que sería imposible aprobar una reescritura

más exhaustiva de las leyes estadounidenses de inmigración en el futuro

inmediato, Harry Reid —que en los meses previos a las elecciones de

medio mandato había estado envuelto en una reñida contienda por la

reelección en su estado de origen, Nevada, y necesitaba una importante

afluencia de hispanos a las urnas para lograrla— había prometido someter a

votación la Ley DREAM durante el periodo de sesiones de pato cojo.

Por desgracia, Harry hizo este anuncio de última hora durante la campaña

sin avisar con antelación ni a nosotros, ni a sus colegas del Senado ni a los

grupos favorables a la reforma migratoria. Aunque no le había hecho

ninguna gracia la falta de coordinación con ella («No le habría costado nada

levantar el teléfono»), Nancy Pelosi hizo lo que estaba en su mano, y

enseguida impulsó la norma en la Cámara. Pero, en el Senado, McCain y

Graham tacharon la decisión de Harry de electoralista y dijeron que no

votarían a favor de la Ley DREAM como un proyecto de ley independiente,

puesto que ya no estaba vinculada a un refuerzo de las medidas fronterizas.

Los cinco senadores republicanos que en 2007 habían votado a favor del

proyecto de ley de McCain-Kennedy y aún seguían en sus cargos fueron

menos explícitos sobre sus intenciones, pero todos parecían dubitativos. Y

puesto que no podíamos contar con que todos los demócratas apoyaran el

proyecto de ley —en particular, tras los desastrosos resultados de las

elecciones de medio mandato—, todos en la Casa Blanca nos vimos

buscando maneras de reunir los sesenta votos necesarios para superar el

filibusterismo de última hora antes de que el Senado diese por concluida su

actividad hasta el año siguiente.

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