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Una-tierra-prometida (1)

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aumentó la colaboración entre el ICE y las administraciones judiciales

locales para deportar a los inmigrantes indocumentados con antecedentes

penales. Pero lo cierto es que a corto plazo decidimos no revertir de forma

activa las políticas que habíamos heredado: no queríamos proporcionar

munición a los críticos que afirmaban que los demócratas eran reacios a

aplicar las leyes vigentes sobre inmigración, una percepción que podía

torpedear nuestras opciones de aprobar una reforma legislativa en el futuro.

Pero en 2010, los grupos de defensa de los derechos de los inmigrantes y

los latinos criticaban la ausencia de avances, como los activistas LGBTQ

nos habían criticado en relación con la DADT. Y aunque continué instando

al Congreso a aprobar una reforma migratoria, carecía de una vía realista

para lograr una nueva ley integral antes de las elecciones de medio

mandato.

Llegó entonces el momento de la Ley DREAM. La idea de que se

pudiese dar un respiro a los jóvenes inmigrantes indocumentados que

habían sido traídos a Estados Unidos de niños llevaba años flotando en el

ambiente, y desde 2001 se habían presentado en el Congreso al menos diez

versiones de la Ley DREAM, que en ninguna ocasión habían logrado reunir

los votos necesarios. Los activistas solían presentarla como un paso parcial

aunque sustancial en el camino hacia una reforma más amplia. La ley

concedería a los dreamers —como se conocía a estos jóvenes— residencia

legal temporal y una vía hacia la obtención de la ciudadanía, siempre que

cumplieran una serie de condiciones. Según la versión más reciente del

proyecto de ley, tenían que haber entrado en Estados Unidos antes de

cumplir los dieciséis años, haber vivido aquí durante cinco años

ininterrumpidos, haber obtenido el título de la enseñanza secundaria o

superado los exámenes de cultura general, y haber asistido a la universidad

durante dos años o haberse alistado en el ejército; además, no podían tener

un historial delictivo con antecedentes graves. Cada estado tenía libertad

para ofrecer a los dreamers una reducción en las tasas académicas para

estudiar en los centros universitarios públicos, que era la única manera

realista de que muchos de ellos pudieran permitirse ir a la universidad.

Los dreamers habían crecido yendo a escuelas estadounidenses,

practicando deportes estadounidenses, viendo la televisión estadounidense y

pasando su tiempo libre en centros comerciales estadounidenses. En

algunos casos, sus padres nunca les habían dicho que no tenían la

ciudadanía; solo habían tenido noticia de su estatus de indocumentados al

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