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Una-tierra-prometida (1)

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sentimiento era más intenso entre los votantes republicanos, alimentado por

una prensa de derechas cada vez más nativista. Sin embargo, la división

política no coincidía exactamente con la frontera entre los partidos: por

ejemplo, los miembros de base de los sindicatos, por lo general demócratas,

veían la creciente presencia de trabajadores indocumentados en las zonas de

obras como una amenaza para sus medios de vida, mientras que los grupos

empresariales escorados hacia el Partido Republicano e interesados en

mantener un suministro estable de mano de obra barata (o, en el caso de

Silicon Valley, de programadores e ingenieros de origen extranjero) a

menudo adoptaban posturas favorables a la inmigración.

En 2007, el inconformista John McCain, junto con su compañero de

aventuras Lindsey Graham, habían llegado a unirse a Ted Kennedy para

redactar un proyecto de ley integral de reforma migratoria que ofrecía la

ciudadanía a millones de inmigrantes indocumentados al mismo tiempo que

endurecía la protección de nuestras fronteras. Este, a pesar del firme apoyo

del presidente Bush, no había logrado la aprobación del Senado. Sin

embargo, el proyecto de ley había recibido doce votos de republicanos, lo

que sugería la posibilidad de un futuro acuerdo bipartidista. Durante la

campaña me había comprometido a resucitar una ley similar si era elegido,

y había nombrado a Janet Napolitano, exgobernadora de Arizona, para que

dirigiese el Departamento de Seguridad Interior —que supervisaba el

Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) y la Oficina de

Aduanas y Protección Fronteriza—, en parte por su conocimiento de las

cuestiones relacionadas con la frontera y porque tenía la reputación de

haber gestionado con anterioridad los asuntos migratorios de una manera al

mismo tiempo firme y compasiva.

Hasta ese momento, mis esperanzas de conseguir aprobar un proyecto de

ley se habían visto truncadas. Con la economía en crisis y los

estadounidenses quedándose sin trabajo, pocos en el Congreso tenían

alguna gana de abordar una cuestión tan sensible como la inmigración.

Kennedy ya no estaba. McCain, tras recibir críticas desde su flanco derecho

por su postura relativamente moderada en relación con este asunto,

mostraba poco interés en volver a abanderarlo. Peor aún era que mi

Administración estaba deportando a trabajadores indocumentados a un

ritmo creciente. El incremento de las deportaciones no fue el resultado de

ninguna orden mía, sino que se debió fundamentalmente a una resolución

del Congreso de 2008 que había ampliado el presupuesto del ICE, y que

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