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Una-tierra-prometida (1)

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normativa que obliga a hombres y mujeres jóvenes a mentir sobre quiénes

son para poder defender a sus conciudadanos. Para mí, personalmente, se

reduce a una cuestión de integridad; la suya como individuos y la nuestra

como institución».

Nadie en la Casa Blanca se había coordinado con Mullen de cara a su

declaración. Ni siquiera estoy seguro de que Gates supiese de antemano lo

que Mullen tenía pensado decir. Pero su declaración inequívoca alteró de

inmediato el debate público y generó una importante cobertura política para

los senadores indecisos, que pudieron sentir que su apoyo a la derogación

estaba justificado.

El testimonio de Mullen se produjo meses antes de que se completase el

proceso de evaluación que Gates y él habían solicitado, lo que provocó

algunos dolores de cabeza políticos. Los partidarios de la derogación

empezaron a criticarnos con dureza, tanto en privado como en los medios,

pues no entendían por qué, dado que el presidente de la Junta de Jefes de

Estado Mayor apoyaba el cambio normativo, no me limitaba a firmar una

orden ejecutiva; más aún cuando, mientras los resultados de la encuesta se

tomaban su tiempo en llegar, seguían expulsando del ejército a personal

LGBTQ. El grueso del fuego amigo se dirigió contra Valerie y su equipo, y

en particular contra Brian Bond, un respetado activista gay que ejercía

como nuestro principal contacto con la comunidad. Durante meses, Brian

tuvo que defender mis decisiones frente a las críticas de amigos escépticos,

antiguos colegas y miembros de la prensa, que insinuaban que se había

vendido y ponían en duda su compromiso con la causa. Solo puedo

imaginar el coste personal que esto debió de tener para él.

La intensidad de las críticas aumentó en septiembre de 2010, cuando,

como Gates había predicho, un tribunal federal de distrito en California

dictaminó que la DADT era inconstitucional. Pedí a Gates que suspendiese

formalmente todas las expulsiones mientras se planteaba un recurso. Pero,

por mucho que insistí, se negó una y otra vez a dar curso a mi petición, con

el argumento de que, mientras la DADT siguiese en vigor, estaba obligado a

hacer que se cumpliese; y supe que ordenarle que hiciera algo que él

considerara inapropiado podría obligarme a buscar a otro secretario de

Defensa. Esta fue quizá la única vez que estuve a punto de gritarle a Gates,

y no solo porque consideraba que su análisis legal era erróneo, sino porque

parecía que veía las quejas que recibíamos de los activistas LGBTQ —por

no hablar de las angustiosas historias de gais y lesbianas que estaban bajo

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