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Una-tierra-prometida (1)

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resultado de un arreglo fallido entre Bill Clinton —que en su campaña

había defendido acabar con la prohibición absoluta de que las personas

LGBTQ sirviesen en el ejército— y sus jefes del Estado Mayor, que

insistían en que ese cambio sería perjudicial para la moral y para la

retención de personal. Desde su entrada en vigor en 1994, la DADT había

hecho poco por proteger o dignificar a nadie y, es más, había llevado a la

expulsión de más de trece mil miembros de las fuerzas armadas debido

exclusivamente a su orientación sexual. Quienes seguían dentro tenían que

ocultar quiénes eran y a quién amaban, no podían colocar sin temor fotos

familiares en sus espacios de trabajo o asistir a actos sociales en la base con

sus parejas. Como primer comandante en jefe afroamericano, sentía una

especial responsabilidad de acabar con esta norma, y era consciente de que

a lo largo de la historia los negros habían sufrido discriminación

institucional en el ejército, habían tenido prohibido el acceso a puestos de

mando y, durante décadas, se los había obligado a servir en unidades

segregadas, una política que Harry Truman había eliminado en 1948

mediante una orden ejecutiva.

La cuestión era cuál era la mejor manera de lograr el cambio. Desde el

principio, los activistas LGBTQ me instaron a seguir el ejemplo de Truman

y limitarme a firmar una orden ejecutiva para abolir la norma, en parte

porque ya había usado órdenes ejecutivas y memorándums para abordar

otras normativas que perjudicaban a las personas LGBTQ, como, por

ejemplo, para conceder derechos de visita en el hospital o la extensión de

las prestaciones sociales a las parejas de hecho de los empleados federales.

Pero, al cortocircuitar el proceso de generación de consenso que implicaba

la tramitación de una ley, una orden ejecutiva hacía que aumentase la

probabilidad de que surgiese resistencia a la nueva normativa en el seno del

ejército, y que se ralentizase su implementación. Además de que, por

supuesto, bastaría con una firma del siguiente presidente para revocar una

orden ejecutiva.

Había llegado a la conclusión de que la solución óptima consistía en

conseguir que el Congreso actuase. Para ello, necesitaba que los principales

líderes militares fuesen socios activos y voluntariosos; algo que, en medio

de dos guerras, sabía que no sería fácil. Los anteriores jefes de Estado

Mayor se habían opuesto a la derogación de la DADT, con el argumento de

que la integración de personas abiertamente homosexuales podría tener un

efecto negativo sobre la cohesión y la disciplina de sus unidades. (Los

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