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Una-tierra-prometida (1)

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respaldo nos ayudaría a vender el acuerdo a un público más amplio y a

aplacar cualquier posible rebelión entre los demócratas del Congreso. Era

una ironía con la que yo —como tantos otros líderes modernos— acabaría

aprendiendo a convivir: nunca pareces tan inteligente como el expresidente

que ya está lejos de los focos.

Nuestra tregua temporal con McConnell en torno a los impuestos nos

permitió concentrarnos en los restantes elementos de mi lista de tareas. El

proyecto de ley sobre nutrición infantil de Michelle ya había concitado

apoyo suficiente por parte de los republicanos como para salir adelante a

principios de diciembre, sin hacer mucho ruido, a pesar de las acusaciones

de Sarah Palin de que Michelle tenía la intención de restringir la libertad de

los padres estadounidenses de alimentar a sus hijos como considerasen

oportuno. Entretanto, la Cámara estaba concretando los detalles de un

proyecto de ley sobre seguridad alimentaria que se aprobaría a lo largo de

ese mismo mes.

Ratificar el START III resultó ser más complicado; no solo porque, por

ser un tratado, se necesitaban sesenta y siete votos en lugar de sesenta, sino

porque en el ámbito doméstico no había un público numeroso que

reclamase su ratificación. Tuve que insistirle a Harry Reid para que diese

prioridad a la cuestión durante las sesiones del periodo de pato cojo, para lo

cual le expliqué que estaba en juego la credibilidad de Estados Unidos —

por no hablar de mi propio prestigio entre los líderes mundiales—, y que la

incapacidad de ratificar el tratado socavaría nuestros esfuerzos para aplicar

sanciones contra Irán y para que otros países extremasen su propia

seguridad nuclear. Una vez que logré a regañadientes el compromiso de

Harry de que sometería el tratado a votación («No sé si encontraré tiempo

para la votación, presidente —refunfuñó por teléfono—, pero si me dices

que es importante haré todo que esté en mi mano, ¿vale?»), pasamos a la

fase de intentar sumar votos de republicanos. Ayudó que los jefes del

Estado Mayor respaldasen el tratado; también el firme apoyo de mi viejo

amigo Dick Lugar, que seguía siendo el republicano de mayor rango en el

Comité del Senado sobre Relaciones Exteriores y veía el START III —con

razón— como una extensión de su trabajo previo en el ámbito de la no

proliferación nuclear.

Aun así, para lograr cerrar el acuerdo tuve que comprometerme a una

modernización de varios miles de millones de dólares y a lo largo de varios

años de la infraestructura en torno al arsenal nuclear estadounidense, ante la

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