Una-tierra-prometida (1)
tras el Año Nuevo y proponer una legislación de sustitución que redujeselos impuestos para los estadounidenses que ganasen menos de 250.000dólares al año, lo que equivaldría, en síntesis, a desafiar a los republicanos avotar en contra.Era una estrategia que consideramos seriamente. Pero Joe Biden ynuestro equipo legislativo temían que, dada la magnitud de nuestra derrotaen las elecciones de medio mandato, algunos demócratas centristasrompiesen la disciplina de voto en esta cuestión, y los republicanospudiesen usar esas deserciones para convocar una votación que haríapermanentes las rebajas de impuestos. Dejando aparte los aspectospolíticos, llegué a la conclusión de que el problema de retar al PartidoRepublicano sería el impacto inmediato que iba a tener sobre una economíaaún frágil. Incluso si consiguiéramos mantener la disciplina de losdemócratas y los republicanos acabasen cediendo a la presión, se tardaríanmeses en conseguir que un Congreso dividido aprobase cualquiermodificación de la legislación tributaria. Entretanto, los estadounidenses declase media y trabajadora verían reducidas sus nóminas, las empresasrefrenarían aún más sus inversiones y, casi con toda seguridad, la economíavolvería a caer en recesión.Tras valorar los diversos escenarios posibles, envié a Joe al Capitoliopara negociar con McConnell. Apoyaríamos una prolongación de dos añosde todas las rebajas de impuestos de Bush, pero solo si los republicanosaccedían a ampliar durante el mismo periodo las prestaciones pordesempleo de emergencia, los créditos tributarios para la clase más baja y laclase media (Making Work Pay), y otro paquete de créditos tributariosreembolsables que beneficiarían a los trabajadores pobres durante unperiodo equivalente. McConnell se negó en el acto. Ya antes habíadeclarado que «nuestro objetivo principal es lograr que el presidente Obamano tenga más de un mandato», y parecía poco dispuesto a permitir quepudiese jactarme de haber rebajado los impuestos a la mayoría de losestadounidenses sin que los republicanos me hubiesen obligado a hacerlo.No podía decir que esto me sorprendiese: una de las razones por las quehabía escogido a Joe para que hiciese de intermediario —además de por suexperiencia en el Senado y su perspicacia legislativa— era porque eraconsciente de que, tal y como lo veía McConnell, unas negociaciones con elvicepresidente no inflamarían a los votantes republicanos como lo haría
cualquier apariencia de estar cooperando con (el socialista negro ymusulmán) Obama.Tras un intenso tira y afloja, y una vez que accedimos a sustituir loscréditos tributarios de Making Work Pay por una rebaja en el impuestosobre las rentas del trabajo, McConnell dio finalmente su brazo a torcer y el6 de diciembre de 2010 pude anunciar que habíamos alcanzado un acuerdointegral.Desde el punto de vista de la normativa en sí misma, estábamossatisfechos con el resultado. Aunque era doloroso mantener en vigor lasrebajas de impuestos para los ricos durante otros dos años, habíamoslogrado ampliar la reducción de impuestos para las familias de clase media,mientras asegurábamos 212.000 millones de dólares adicionales enestímulos dirigidos específicamente a los estadounidenses más necesitados,un paquete que no habría tenido ninguna posibilidad de ser aprobado comoproyecto de ley independiente en una Cámara controlada por losrepublicanos. En cuanto a la política que subyacía tras el acuerdo, leexpliqué a Valerie que el marco temporal de dos años representaba unaapuesta de alto riesgo entre los republicanos y yo. Estaba apostando a queen noviembre de 2012 habría superado con éxito la campaña para mireelección, lo que me permitiría acabar con las rebajas de impuestos a losricos desde una posición de fuerza. Ellos estaban apostando a que mederrotarían, y que un flamante presidente republicano los ayudaría aconvertir las rebajas de impuestos de Bush en permanentes.El hecho de que el acuerdo dejase tanto al albur del resultado de laspróximas elecciones presidenciales quizá explicase por qué provocó laindignación inmediata de algunos comentaristas de izquierdas. Me acusaronde ceder ante McConnell y Boehner, además de dejarme influir por misamigos de Wall Street y por asesores como Larry y Tim. Me advirtieron deque las rebajas en el impuesto sobre la renta debilitarían el Fondo deGarantía de la Seguridad Social, que los créditos tributarios reembolsablesdirigidos a los trabajadores pobres tendrían una existencia efímera y que endos años las rebajas de impuestos de Bush a los ricos se convertirían enpermanentes, tal y como siempre habían deseado los republicanos.En otras palabras: ellos también esperaban que perdiese.Se dio la circunstancia de que la misma semana de mediados dediciembre en que anunciamos el acuerdo con McConnell, Bill Clinton mevisitó en el comedor del despacho Oval. Para entonces, las tensiones que
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cualquier apariencia de estar cooperando con (el socialista negro y
musulmán) Obama.
Tras un intenso tira y afloja, y una vez que accedimos a sustituir los
créditos tributarios de Making Work Pay por una rebaja en el impuesto
sobre las rentas del trabajo, McConnell dio finalmente su brazo a torcer y el
6 de diciembre de 2010 pude anunciar que habíamos alcanzado un acuerdo
integral.
Desde el punto de vista de la normativa en sí misma, estábamos
satisfechos con el resultado. Aunque era doloroso mantener en vigor las
rebajas de impuestos para los ricos durante otros dos años, habíamos
logrado ampliar la reducción de impuestos para las familias de clase media,
mientras asegurábamos 212.000 millones de dólares adicionales en
estímulos dirigidos específicamente a los estadounidenses más necesitados,
un paquete que no habría tenido ninguna posibilidad de ser aprobado como
proyecto de ley independiente en una Cámara controlada por los
republicanos. En cuanto a la política que subyacía tras el acuerdo, le
expliqué a Valerie que el marco temporal de dos años representaba una
apuesta de alto riesgo entre los republicanos y yo. Estaba apostando a que
en noviembre de 2012 habría superado con éxito la campaña para mi
reelección, lo que me permitiría acabar con las rebajas de impuestos a los
ricos desde una posición de fuerza. Ellos estaban apostando a que me
derrotarían, y que un flamante presidente republicano los ayudaría a
convertir las rebajas de impuestos de Bush en permanentes.
El hecho de que el acuerdo dejase tanto al albur del resultado de las
próximas elecciones presidenciales quizá explicase por qué provocó la
indignación inmediata de algunos comentaristas de izquierdas. Me acusaron
de ceder ante McConnell y Boehner, además de dejarme influir por mis
amigos de Wall Street y por asesores como Larry y Tim. Me advirtieron de
que las rebajas en el impuesto sobre la renta debilitarían el Fondo de
Garantía de la Seguridad Social, que los créditos tributarios reembolsables
dirigidos a los trabajadores pobres tendrían una existencia efímera y que en
dos años las rebajas de impuestos de Bush a los ricos se convertirían en
permanentes, tal y como siempre habían deseado los republicanos.
En otras palabras: ellos también esperaban que perdiese.
Se dio la circunstancia de que la misma semana de mediados de
diciembre en que anunciamos el acuerdo con McConnell, Bill Clinton me
visitó en el comedor del despacho Oval. Para entonces, las tensiones que