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Una-tierra-prometida (1)

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hacia Pakistán seguía siendo la vía más rápida para lograr la unidad

nacional, y eran muchos los indios que sentían un inmenso orgullo por que

su país hubiese desarrollado un programa de armas nucleares a la altura del

de Pakistán, sin que les preocupase el hecho de que un solo error de cálculo

de uno u otro bando podría significar la aniquilación de la región.

Por encima de cualquier otra cosa, la política india seguía girando en

torno a la religión, el clan y la casta. En ese sentido, el ascenso de Singh a

primer ministro, que a veces se presentaba como un ejemplo destacado de

los avances que el país había hecho en la superación de las divisiones

sectarias, era algo engañoso. No había llegado a ser primer ministro gracias

a su popularidad, sino que debía el puesto a Sonia Gandhi, viuda —nacida

en Italia— del ex primer ministro Rajiv Gandhi y líder del Partido del

Congreso, que había renunciado a asumir ella misma el cargo tras conducir

a la victoria a su coalición de partidos, y en vez de ello había propuesto a

Singh. Más de un observador político pensaba que había elegido a Singh

precisamente porque un anciano sij sin base política nacional no supondría

una amenaza para Rahul, su hijo de cuarenta años a quien estaba

preparando para que tomase las riendas del Partido del Congreso.

Esa noche compartimos mesa tanto con Sonia como con Rahul Gandhi.

Ella era una mujer impresionante que rondaba los sesenta años, vestía un

sari tradicional y tenía unos ojos oscuros de mirada penetrante, así como

una presencia discreta y majestuosa. Que ella, antigua ama de casa de

origen europeo, hubiese emergido de su duelo tras el asesinato de su marido

en un atentado suicida perpetrado por separatistas esrilanqueses en 1991

para convertirse en una destacada política de ámbito nacional, ponía de

manifiesto el persistente poder de la dinastía familiar. Rajiv era nieto de

Jawaharlal Nehru, el primer primer ministro de la historia del país y un

icono del movimiento independentista. Su madre, Indira Gandhi, hija de

Nehru, había sido también primera ministra durante dieciséis años, y había

optado por ejercer la política de manera más implacable que su padre, hasta

1984, cuando también fue asesinada.

Esa noche en la cena, Sonia Gandhi se dedicó a escuchar más que a

hablar, procuró ceder la palabra a Singh cada vez que se trataban asuntos

políticos y a menudo dirigió la conversación hacia su hijo. Pero me quedó

claro que podía atribuirse su poder a una inteligencia astuta y contundente.

En cuanto a Rahul, parecía inteligente y serio, y su buen aspecto recordaba

al de su madre. Expuso sus ideas sobre el futuro de las políticas

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