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Una-tierra-prometida (1)

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religiones; y su creencia en la obligación de toda sociedad, a través de sus

respectivas formas de organización política, económica y social, de

reconocer la misma valía y dignidad a todas las personas; todas estas ideas

resonaban en mi interior. Las acciones de Gandhi me removían aún más que

sus palabras: había puesto a prueba sus creencias jugándose la vida,

entrando en prisión, y comprometiéndose plenamente con las luchas de su

pueblo. Su campaña no violenta a favor de la independencia india respecto

de Gran Bretaña, que comenzó en 1915 y se prolongó durante más de

treinta años, no solo había ayudado a vencer a un imperio y liberar buena

parte del subcontinente, sino que había hecho detonar una carga de

profundidad moral que se había dejado sentir en todo el planeta. Se

convirtió en un modelo a seguir para otros grupos desposeídos y

marginados —entre ellos los negros estadounidenses en el sur del Jim Crow

— decididos a conseguir su libertad.

Al principio del viaje, Michelle y yo tuvimos ocasión de visitar Mani

Bhavan, el humilde edificio de dos pisos encajado en un apacible barrio de

Bombay donde Gandhi había residido durante muchos años. Antes de

empezar el recorrido, nuestra guía, una refinada mujer vestida con un sari

azul, nos mostró el libro de visitas que Martin Luther King había firmado

en 1959, cuando viajó a India para atraer la atención del mundo hacia la

lucha por la justicia racial en Estados Unidos y rendir homenaje al hombre

cuyas enseñanzas le habían servido de inspiración.

A continuación, la guía nos invitó al piso de arriba para que viésemos las

dependencias privadas de Gandhi. Tras descalzarnos, entramos en una

habitación sencilla con un suelo de baldosas lisas y estampadas, las puertas

que conducían a la terraza estaban abiertas para que entrasen una leve brisa

y una luz pálida y brumosa. Me quedé mirando el camastro y la almohada

espartanos, la colección de tornos de hilar, el antiguo teléfono y el escritorio

bajo de madera, y traté de imaginar en la habitación a Gandhi, un hombre

menudo de tez oscura vestido con un sencillo dhoti de algodón, sentado con

las piernas cruzadas, que redactaba una carta al virrey británico o planeaba

la siguiente fase de la Marcha de la Sal. En ese momento experimenté un

intenso deseo de sentarme a su lado y conversar. Para preguntarle dónde

había encontrado la fortaleza y la imaginación para hacer tanto con tan

poco. Para preguntarle cómo se había recuperado de las decepciones.

Había tenido unas cuantas. A pesar de todas sus extraordinarias virtudes,

Gandhi no había sido capaz de reparar las profundas fracturas religiosas del

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