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Una-tierra-prometida (1)

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Aun así, no podía evitar sentir cierta melancolía ante los cambios que el

nuevo año traería consigo. Tendría a mi alrededor aún menos personas que

me habían conocido antes de que fuera presidente, y menos colegas que

fueran también amigos, que me hubieran visto cansado, confuso, enfadado

o derrotado y a pesar de ello nunca hubiesen dejado de apoyarme. Eran

pensamientos de soledad para un momento de soledad. Lo que

probablemente explicase por qué seguía jugando a las cartas con Marvin,

Reggie y Pete a pesar de tener por delante un día entero de reuniones y

apariciones públicas que comenzaría en menos de siete horas.

—¿Habéis vuelto a ganar? —le pregunté a Pete cuando terminamos la

mano.

Pete asintió, lo que llevó a Reggie a recoger todas las cartas, levantarse

de su silla y tirarlas a la papelera.

—¡Eh, Reg, que esa baraja aún está bien! —dijo Pete, sin molestarse en

ocultar lo mucho que estaba disfrutando con la paliza que Marvin y él nos

acababan de propinar—. A todos nos toca perder alguna vez.

Reggie le lanzó una mirada hostil a Pete.

—Dime alguien a quien no le importe perder —dijo— y te diré quién es

un perdedor.

Nunca había estado en India, pero el país siempre había ocupado un lugar

especial en mi imaginación. Quizá se debiese a su mero tamaño: albergaba

una sexta parte de la población mundial y, según las estimaciones, unos dos

mil grupos étnicos distintos, que hablaban más de setecientos idiomas.

Puede que fuese porque había pasado parte de mi infancia en Indonesia

escuchando las épicas historias hindúes del Ramayana y el Mahabhárata,

por mi interés en las religiones orientales, o porque un grupo de amigos

paquistaníes e indios de la universidad me habían enseñado a cocinar dal y

keema , e introducido en el cine de Bollywood.

Pero más que a cualquier otro motivo, mi fascinación con India se debía

a Mahatma Gandhi. Junto con Lincoln, King y Mandela, Gandhi había

ejercido una profunda influencia en mi manera de pensar. De joven, estudié

sus escritos y descubrí que daba voz a algunos de mis instintos más

profundos. Su idea de la «satyagraha», la devoción por la verdad, y el poder

de la resistencia no violenta para remover las conciencias; su insistencia en

nuestra común condición humana y en la esencial unidad de todas las

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