07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

motivos para acabar amargados y cínicos se habían negado a seguir ese

camino y continuaban aspirando a algo más elevado, seguían intentado

conectar unos con otros. En un momento dado, recordé una frase que oí

alguna vez durante un sermón de mi pastor, Jeremiah Wright, que plasmaba

este espíritu.

La audacia de la esperanza.

Tiempo después, Axe y Gibbs contarían chascarrillos sobre las idas y

venidas previas a la noche en que hablé en la convención. Que tuvimos que

negociar cuánto tiempo se me concedería (ocho minutos, que conseguimos

aumentar hasta diecisiete). Los dolorosos recortes que Axe y su sagaz socio,

John Kupper, introdujeron en mi borrador inicial, todos los cuales hicieron

que el texto mejorara. Un vuelo a Boston con retraso mientras la sesión

legislativa en Springfield se prolongaba hasta la noche. Practicar por

primera vez con un teleprónter mientras mi preparador, Michael Sheehan,

me explicaba que los micrófonos funcionaban perfectamente, así que «no

tienes que gritar». Mi enfado cuando un joven ayudante de Kerry nos

informó de que había eliminado una de mis frases favoritas porque el

nominado pretendía apropiársela para su propio discurso. («Eres senador

estatal —me recordó convenientemente Axe— y te han proporcionado una

plataforma nacional. [...] Creo que no es demasiado pedir.») Michelle, entre

bambalinas, hermosa, vestida de blanco, apretando mi mano, mirándome a

los ojos con dulzura y diciéndome: «¡No la cagues, colega!». Los dos

partiéndonos de risa, haciendo el tonto, cuando nuestro amor despuntaba

siempre, y la presentación del veterano senador por Illinois Dick Durbin:

«Permítanme que les hable de este tal Barack Obama...».

No he visto el vídeo de mi discurso en la convención de 2004 hasta el

final más que una vez. Lo vi yo solo, bastante tiempo después de las

elecciones, para intentar entender qué ocurrió en aquel auditorio. Con el

maquillaje que llevo, parezco increíblemente joven, y detecto una pizca de

nervios al principio, algunas partes en las que voy demasiado rápido o

demasiado lento y unos gestos un poco torpes, que delatan mi

inexperiencia.

Pero llega un momento en el discurso en que encuentro mi cadencia. El

público guarda silencio en lugar de exaltarse. Es un momento que en años

posteriores he reconocido de nuevo, en noches mágicas señaladas. Hay una

sensación física, una corriente de emoción que va y viene entre el público y

tú, como si sus vidas y la tuya de pronto se hubiesen entrelazado, como un

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!