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Una-tierra-prometida (1)

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dos asesores políticos más cercanos, sumada a la necesidad de encontrar un

nuevo jefe de gabinete.

Axe siempre había tenido en mente dejarnos después de las elecciones de

medio mandato. Tras dos años viviendo lejos de su familia, sentía la

necesidad imperiosa de tomarse un descanso antes de incorporarse de nuevo

a la campaña para mi reelección. Gibbs, que había estado en las trincheras

conmigo sin interrupción desde que me impuse en las primarias para la

candidatura al Senado, estaba igualmente exhausto. Aunque seguía siendo

el mismo secretario de prensa audaz y dispuesto de siempre, la presión de

subirse al atril día tras día y recibir todos los ataques que nos lanzaban

había hecho que la relación con los corresponsales en la Casa Blanca se

volviese lo suficientemente pugnaz como para que el resto del equipo

temiese que tuviese repercusiones negativas sobre cómo informaban sobre

nosotros.

Aún estaba haciéndome a la idea de tener que acometer las batallas

políticas que estaban por venir sin Axe ni Gibbs a mi lado, aunque me

animó la continuidad que proporcionaba nuestro joven y experto director de

comunicaciones, Dan Pfeiffer, quien había trabajado estrechamente con

ellos en comunicación desde el inicio de nuestra campaña de 2007. En

cuanto a Rahm, era para mí un pequeño milagro que hubiese durado tanto

tiempo sin matar a nadie o haber caído fulminado de un infarto. Si el clima

lo permitía, habíamos adoptado la costumbre de mantener nuestra reunión

final de la jornada dando dos o tres vueltas por el camino que rodeaba el

jardín Sur mientras tratábamos de decidir qué hacer ante la más reciente

crisis o controversia. Más de una vez nos habíamos preguntado por qué

habíamos escogido una vida tan estresante.

—Cuando esto se acabe, deberíamos probar con algo más sencillo —le

dije un día—. Podríamos llevarnos a la familia a Hawái y abrir un puesto de

batidos en la playa.

—Los batidos son demasiado complicados —respondió Rahm—.

Venderemos camisetas. Pero solo camisetas blancas. De talla mediana.

Nada más. Ni otros colores, ni con dibujos ni de otras tallas. No queremos

tener que tomar ninguna decisión. Si los clientes quieren algo distinto, que

lo busquen en otro lugar.

Había detectado señales de que Rahm estaba al límite del agotamiento,

pero suponía que esperaría hasta el año siguiente para irse. Sin embargo,

aprovechó uno de nuestros paseos vespertinos a principios de septiembre

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