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Una-tierra-prometida (1)

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«¿A quién le toca?»

Pete Souza y yo estábamos sentados frente a Marvin y Reggie en la mesa

de reuniones del Air Force One; los cuatro revisábamos nuestras cartas algo

adormilados. Íbamos camino de Bombay; primera escala de un viaje de

nueve días a Asia que incluiría no solo mi primera visita a India sino

también una parada en Yakarta, una reunión del G20 en Seúl y un encuentro

del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Yokohama, Japón.

Las primeras horas del viaje habían sido bastante ajetreadas en el avión,

mientras el personal trabajaba en sus ordenadores portátiles y los asesores

políticos discutían la organización de nuestra agenda. Al cabo de diez horas

de vuelo, con una parada de repostaje en la base aérea de Ramstein, en

Alemania, casi todos los presentes a bordo se habían ido a dormir (incluida

Michelle, en la cabina delantera; Valerie, en el sofá junto a la sala de

reuniones; y varios miembros de alto rango del personal tumbados como

podían en el suelo). Como no conseguía relajarme, había liado a los cuatro

habituales para echar una partida de cartas, y entre mano y mano intentaba

leer mi libro de informes y firmar un montón de cartas. El hecho de que mi

atención estuviese dividida —sumado al segundo gin-tonic de Reggie—

quizá explicase por qué Marvin y Pete nos iban ganando seis partidas a dos,

a diez dólares cada una.

—Es tu turno, presidente —avisó Marvin.

—¿Qué llevas, Reg? —pregunté.

—Con suerte, una —respondió Reggie.

—No apostamos ninguna —dije.

—Nosotros nos haremos ocho —replicó Pete.

Reggie sacudió la cabeza disgustado.

—Después de la siguiente mano cambiamos las barajas —musitó

mientras daba otro sorbo a su copa—. Estas cartas están gafadas.

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