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Una-tierra-prometida (1)

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Seguí al pie del cañón hasta finales de octubre, dejaba la campaña solo

uno o dos días para asistir a reuniones en la Casa Blanca antes de ponerme

en marcha una vez más, con la voz cada vez más ronca en mis apariciones

de último minuto. Cualquier resto de optimismo irracional que hubiera

quedado de las vacaciones se había extinguido hacía tiempo, y el día de las

elecciones —el 2 de noviembre de 2010— la pregunta ya no era si íbamos a

perder la Cámara o no, sino por cuánto. De camino entre una reunión sobre

amenazas terroristas en la sala de Crisis y una sesión en el despacho Oval

con Bob Gates, me detuve en la oficina de Axe, donde él y Jim Messina

habían estado siguiendo los primeros datos sobre la participación que

llegaban de los distritos en liza de todo el país:

—Y ¿cómo va? —les pregunté.

Axe sacudió la cabeza.

—Perderemos al menos treinta escaños. Tal vez más.

En lugar de quedarme para el velatorio, me dirigí a la residencia en mi

horario habitual, le dije a Axe que llamaría cuando la mayoría de comicios

hubiera cerrado y le pedí a mi ayudante, Katie, que me mandara una lista

con las llamadas que probablemente iba a tener que hacer aquella noche;

primero a los cuatro líderes del Congreso, después a los congresistas

demócratas que hubieran perdido su escaño. Hasta que no terminé de cenar

y acostar a las niñas no llamé a Axe desde la sala de los Tratados para que

me diera las noticias: la participación había sido baja, solo cuatro de cada

diez votantes habían emitido su voto, y había habido un profundo descenso

en el número de votantes jóvenes. Los demócratas habían salido derrotados,

con una pérdida de sesenta y tres escaños en la Cámara, la peor caída del

partido desde que perdió setenta y dos asientos en el punto medio del

segundo mandato de Franklin D. Roosevelt. Y aún peor, habían caído varios

de nuestros miembros jóvenes más prometedores, como Tom Perriello, de

Virginia, y John Boccieri, de Ohio, Patrick Murphy, de Pensilvania, y Betsy

Markey, de Colorado: los que habían mostrado un respaldo más fuerte a la

atención sanitaria y a la Ley de Reinversión y Recuperación; los que, a

pesar de venir de distritos indecisos, se habían opuesto de manera constante

a la presión de los grupos de interés y a las encuestas, incluso a las

recomendaciones de sus propios consejeros políticos por hacer lo que creían

correcto.

—Todos ellos se merecían mucho más —le dije a Axe.

—Así es —contestó—, se merecían más.

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